Primera lectura: Génesis 14,18-20:
Melquisedec ofreció pan y vino
Salmo: 110:
«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»
Segunda lectura: 1 Corintios 11,23-26:
Esta copa es la nueva alianza
Evangelio: Lucas 9,11b-17:
Comieron todos y se saciaron
CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
12 Como caía la tarde, los Doce se acercaron a decirle: Despide a la gente para que vayan a los pueblos y campos de los alrededores y busquen hospedaje y comida; porque aquí estamos en un lugar despoblado.
13 Les contestó: Denle ustedes de comer. Ellos contestaron: No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esa gente.
14 Los varones eran unos cinco mil. Él dijo a los discípulos: Háganlos sentar en grupos de cincuenta.
15 Así lo hicieron y se sentaron todos.
16 Entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente.
17 Comieron todos y quedaron satisfechos, y recogieron los trozos sobrantes en doce canastas.
Hoy celebramos como Iglesia la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, fiesta que nos motiva a profundizar en el misterio de la Encarnación de Dios en la historia de la humanidad, a contemplar en nuestras cotidianidades el amor de Dios hacia toda la Creación. La escena de la comida compartida y multiplicada como imagen del Reino, nos invita a cultivar una experiencia de fe integral que verdaderamente adecué y disponga nuestros sentidos y corazón para participar activamente en tal misterio.
Si fijamos nuestra mirada en el evangelio de hoy, podemos darnos cuenta de la relación tan estrecha que existe entre el seguimiento de Jesús y la justicia, entre el reino de Dios y los empobrecidos. Jesús les dice a sus discípulos: Denle ustedes de comer. Esta expresión traza para ellos una nueva ruta, una nueva manera de ver las cosas, un paradigma nuevo que transforma actitudes y comportamientos que poco dignifican a la comunidad, proyectándolos hacia prácticas que devuelvan la vida y el protagonismo a la persona y sus necesidades. Jesús insiste en cambiar la lógica con la que los discípulos resuelven las necesidades cotidianas de la comunidad, en este caso el hambre. No desde la lógica de una economía y una política que usa, desecha y obliga a la gente a buscar de manera individual su sustento. Es imposible sobrevivir sin recursos y sin ninguna seguridad, ni donde son escasas las oportunidades. Donde hay lugar, pero no se comparte la tierra, la comida y la atención a los últimos. La propuesta de Jesús va por otra vía, la del compartir solidario, en donde los discípulos se deben convertir en verdaderos líderes comunitarios. No sólo para calmar el hambre de la multitud que sigue al Maestro, sino para organizarla; despertar la conciencia colectiva de la gente, identificar las causas de las problemáticas que los agobian y les roban su dignidad, generando vínculos profundos que les permitan construir identidad e intereses comunes, traducidos en gestos de solidaridad y sentido comunitario.
En nuestro tiempo también es más fácil y práctico seguir una lógica individualista, así nos evitamos esfuerzos, preocupaciones y tiempo; sin embargo, Jesús nos compromete a acoger, organizar y resolver juntos las urgencias propias de la comunidad. El seguimiento de Jesús nos exige cultivar una conciencia y unas prácticas que nos lleven a vivir en la cotidianidad la justicia que nos viene de Dios; esto quiere decir que nuestra fe en Jesús debe estar enriquecida por experiencias de solidaridad con las personas y comunidades que son víctimas de un sistema económico que descarta a la persona.
“Pues, ¿qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estas dos riquezas no desaparecen” (GE 61).