Primera lectura: Isaías 6,1-2a.3-8:
«Aquí estoy, mándame»
Salmo: 138:
«Delante de los ángeles te bendeciré, Señor»
Segunda lectura: 1 Corintios 15,1-11:
Cristo murió y resucitó
Evangelio: Lucas 5,1-11:
Jesús llama a los primeros discípulos
QUINTO DOMINGO TIEMPO ORDINARIO San Miguel Febres (1910)
2 Vio dos barcas junto a la orilla, los pescadores se habían bajado y estaban lavando sus redes.
3 Subiendo a una de las barcas, la de Simón, le pidió que se apartase un poco de tierra. Se sentó y se puso a enseñar a la multitud desde la barca.
4 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Navega lago adentro y echa las redes para pescar.
5 Le replicó Simón: Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos sacado nada; pero, ya que lo dices, echaré las redes.
6 Lo hicieron y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes.
7 Hicieron señas a los socios de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Llegaron y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
8 Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús y dijo: ¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!
9 Ya que el temor se había apoderado de él y de todos sus compañeros por la cantidad de peces que habían pescado.
10 Lo mismo sucedía a Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Jesús dijo a Simón: No temas, en adelante serás pescador de hombres.
11 Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y lo siguieron.
“Envíame” es la palabra central de las lecturas de este Domingo. Y aquí, humildemente tendríamos que reconocer que primero nos encontramos con el llamado en distintas etapas y circunstancias. El llamado a la vida en el seno de una familia y contexto concreto; luego reconocemos el llamado a la vida cristiana en el seno de la Iglesia y; por último, el llamado a una vocación específica en el campo del Reino de Dios. Dios nunca deja de llamarnos. Nos está constantemente invitando a embarcarnos en la mayor aventura humana posible: Nada menos que acompañar a Jesús en la siembra del proyecto del Reinado de Dios en nuestra realidad.
Nos sentimos acompañados por Isaías, Pablo, el Salmista, Pedro y sus compañeros. “Envíame” es la súplica que brota de nuestros labios cuando nos acercamos a celebrar la Eucaristía en comunidad. Abrazamos esta petición quienes experimentamos la presencia seductora de este Dios de la vida. Necesita de nuestros labios para hablar de su proyecto amoroso a quienes se sienten cansados y agobiados. Conscientes de nuestra propia indignidad, nos sabemos necesitados, pero somos purificados como a Isaías por el fuego de un carbón (Is 6,8). Es lo que experimentaron muchos llamados al seguimiento de Jesús. Vemos a Pedro, cuando dijo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (Lc 5,8), o Pablo, al reconocerse no digno de ser nombrado Apóstol y decía de sí: «yo soy el último entre los Apóstoles» (1Cor 15,9); Él había experimentado camino de Damasco la presencia del Resucitado que cambió su vida. Hasta la Virgen María pregunta al ángel cuando experimentó el llamado: «¿Cómo sucederá eso?» (Lc 1,34). Todos experimentamos la absoluta santidad de Dios que llama y la distancia infinita de nuestras posibilidades humanas. Esa presencia misteriosa, el entrañable Dios, nos ha creado para que seamos reflejo de su presencia y demos testimonio de su amor, como lo expresa el profeta: «He visto con mis ojos al Rey y Señor Todopoderoso» (Is 6,5). Pedro experimenta esa Teofanía (manifestación de la cercanía de Dios) ante el milagro de la pesca abundante. Nosotros también lo podemos experimentar en los pequeños detalles de la vida. Se trata de una presencia tierna y constante de Dios que habita en cada corazón.
«Lo dejaron todo y lo siguieron» (Lc 5,11). Tú, tu familia, tu comunidad y todos, estamos invitados a formar parte de este equipo de trabajo del Señor Jesús; lanzar esas redes en cada acontecimiento donde escasea la esperanza. Experimentemos la alegría de haber sido llamados.
“Construir el futuro con los inmigrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de construcción (Papa Francisco).