Primera lectura: Isaías 43,16-21:
Apagaré la sed de mi pueblo
Salmo: 126:
«¡El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres!»
Segunda lectura: Filipenses 3,8-14:
Por Cristo lo perdí todo
Evangelio: Juan 8,1-11:
«En adelante, no peques más»
5º DOMINGO DE CUARESMA San Ceferino Agostini (1896)
2 Por la mañana volvió al templo. Todo el mundo acudía a él y, sentado, los instruía.
3 Los letrados y fariseos le presentaron una mujer sorprendida en adulterio, la colocaron en el centro,
4 y le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio.
5 La ley de Moisés ordena que mujeres como ésta sean apedreadas; tú, ¿qué dices?
6 Decían esto para ponerlo a prueba, para tener de qué acusarlo. Jesús se agachó y con el dedo se puso a escribir en el suelo.
7 Como insistían en sus preguntas, se incorporó y les dijo: El que no tenga pecado, tire la primera piedra.
8 De nuevo se agachó y seguía escribiendo en el suelo.
9 Los oyentes se fueron retirando uno a uno, empezando por los más ancianos hasta el último. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí en el centro.
10 Jesús se incorporó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?
11 Ella contestó: Nadie, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Ve y en adelante no peques más.
Invitados en este quinto domingo de Cuaresma a abrirle paso a la esperanza en medio de tantos desiertos y desaciertos. Si algo ha de prevalecer en la Iglesia es esa palabra oportuna para la persona que se siente agobiada o que ha perdido la fe. Como pequeño brote resiliente, así es la acción providente de Dios. Las heridas son inevitables, lo que no podemos hacer es lamentarnos eternamente por nuestras caídas, sino enfocarnos en el proceso de sanación que nos posibilite seguir adelante.
En el relato del evangelio, Juan quiere revelar la acción profética de Jesús y la misericordia de Dios. Se sabe muy bien cuál era la situación de la mujer en la época de Jesús. Absolutamente marginada y “cosificada”. Según dice la tradición judía, los varones israelitas solían decir: “gracias señor por no haber nacido mujer, ni esclavo, ni pagano”. Una cultura profundamente patriarcal, androcéntrica y machista. La infidelidad y el adulterio de las mujeres eran castigados severamente. He aquí una aplicación injusta de la ley porque no era así para con los varones infieles y adúlteros. Es penoso que todavía hoy encontremos sociedades, familias y comunidades que la balanza de las penas y menosprecio la dirijan hacia la mujer. Con San Pablo recibimos la invitación a una especie de borrón y cuenta nueva, pensando en el Dios de las segundas oportunidades, que no quiere que nadie se pierda, sino que enmiende sus errores y se rehabilite.
Jesús hoy nos recuerda que nadie es perfecto, ni santo y mucho menos libre de pecado. ¿Quiénes somos para juzgar o condenar a las personas por más pecadoras que sean? Toda comunidad de fe es confrontada y desafiada para ser reflejo de su amor y misericordia. No podemos convertirnos en una especie de tribunal religioso que lleva cuentas del mal. Llama la atención que Jesús escriba en el suelo. Hay muchas interpretaciones de este gesto. Sin embargo, creemos que representa la reelaboración de la antigua ley, de tipo punitivo, por una nueva que hace prevalecer la misericordia.
Jesús devuelve centralidad al perdón, como distintivo de toda comunidad creyente. Solo hay una condición: romper con las dinámicas del pecado para descubrir el encanto de una vida restituida y dignificada. Como a la mujer señalada por su pecado, dejemos que el Señor nos confronte y conforte. Qué su misericordia sane las heridas de nuestras faltas y aprendamos a no juzgar. Seamos como Jesús, fuente de esperanza y reconciliación en un mundo fracturado.
“La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, es reducida a objeto y queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro” (FT 24).