Primera lectura: Hch 14,19-28:
Contaron lo que Dios había hecho.
Salmo: 145:
«Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu Reino»
Evangelio: Jn 14,27-31a:
«Mi paz les doy»
5a Semana de Pascua San Bernardino de Siena (1444)
28 Oyeron que les dije que me voy y volveré a visitarlos. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo.
29 Les he dicho esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.
30 Ya no hablaré mucho con ustedes, porque está llegando el príncipe del mundo. No tiene poder sobre mí,
31 pero el mundo tiene que saber que yo amo al Padre y hago lo que el Padre me encargó. ¡Levántense! Vámonos de aquí.
Jesús se despide de su comunidad discipular, dejándoles la tarea de anunciar su Evangelio. El deseo de paz es sincero porque él mismo fue víctima de un entorno violento. Y brinda su paz, no esa paz aparente que evade el conflicto y no erradica las causas de las injusticias. Seguro reconocemos esa paz del mundo sembrada de diplomacia que busca borrar la memoria. La paz de Jesús es un don del Espíritu Santo (Gal 5, 22). El Espíritu que frena las obras instintivas o egoístas. Será una paz duradera y una paz social, cuando como Cristo nos esforcemos por la comunión sincera. Jesús confía a sus discípulos y a nosotros una gran tarea: derribar los muros que nos separan y prolongar en la historia los signos de su presencia (Ef 2,14). La despedida de Jesús causa tristeza en los discípulos, pero más tarde se convertirá en alegría al experimentar su presencia en la vida de comunidad. Sintamos su presencia no sólo en los sacramentos, sino allí donde somos humanizados por el amor compartido.
“Se trata de ser artesanos de la paz, porque construir la paz es un arte que requiere serenidad, creatividad, sensibilidad y destreza” (GE 89).