Primera lectura: Jeremías 17,5-8:
«Bendito quien confía en el Señor»
Salmo: 1:
«Dichoso quien ha puesto su confianza en el Señor»
Segunda lectura: 1 Corintios 15,12.16-20:
«Si Cristo no ha resucitado, su fe no tiene sentido»
Evangelio: Lucas 6,17.20-26:
«Dichosos los pobres: ¡Hay de ustedes los ricos!»
SEXTO DOMINGO TIEMPO ORDINARIO San Macario (390)
20 Dirigiendo la mirada a los discípulos, les decía: Felices los pobres,
porque el reino de Dios les pertenece.
21 Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Felices los que ahora lloran, porque reirán.
22 Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre.
23 Alégrense y llénense de gozo, porque el premio en el cielo es abundante. Del mismo modo los padres de ellos trataron a los profetas.
24 Pero, ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo.
25 ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque pasarán hambre. ¡Ay de los que ahora ríen!, porque llorarán y harán duelo.
26 ¡Ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los falsos profetas.
La palabra Felicidad comienza con “Fe”. Una fe que nos lleva a confiar como hijos e hijas en ese Dios entrañable que providentemente cuida de su creación. Es en este marco que entendemos la misión de Jesús propuesta en las Bienaventuranzas. Los pobres de Yahveh (anawin en hebreo), que no teniendo bienes materiales se abandonan absolutamente en Dios, son los destinatarios preferenciales de esta misión, porque de ellos es el Reino. Todos podemos optar por vivir menos afanados y apegados, encontrando en ello una fuente de espiritualidad liberadora. Hecha esta opción fundamental en el seguimiento de Jesús, descubriremos oportunidades infinitas de saciar y aliviar el hambre y el sufrimiento de quienes esperan prácticas concretas de misericordia para sobrevivir. Obviamente, este compromiso radical en favor de los últimos, genera, sin pretenderlo, la incomodidad de los satisfechos. Sin embargo, la bienaventuranza de Jesús tiene como propósito alentar y sostener para no perder la alegría y el horizonte profético de nuestra misión. No sumarse a las causas que generan infortunio, sino a aquellas que buscan justicia, solo es posible mediante la “fe” comprometida y comunitaria.
Es fácil identificar en el hoy de América Latina quiénes son los bienaventurados. Sin mucho esfuerzo reconocemos a Jesús en los adultos mayores olvidados, en los desempleados, en las personas migrantes, desplazadas o refugiadas, en los ambientalistas o defensores de derechos humanos. En estos rostros concretos se ha de activar nuestra sensibilidad evangélica, poniendo a prueba nuestra misericordia y acciones solidarias. Movidos por la fe y en comunidad sirvamos con alegría a aquellas personas que necesitadas de consuelo, oportunidad y alimento se acercan a nosotros. Fortalezcamos sus corazones y aliviemos sus cuerpos heridos, derribemos los muros sociales e incluso legales que impiden a muchas personas tener una vida digna y en paz. Si les reconocemos como hermanos y las tratamos con respeto, acogiendo sus historias y sus sueños seremos comunidades capaces de hacer presente el Reino de Dios entre nosotros, desafiando el sistema de opulencia que les desprecia y descarta.
Contemplemos en las bienaventuranzas al mismo Jesús y experimentemos interiormente su invitación a la “conversión”, al cambio de actitudes que nos humanicen y nos hagan testigos de la vida en sociedades que van generando enfermedad y muerte. Si nos abrimos a esfuerzos compartidos, descubriremos que la acción y eficacia de nuestra misión evangelizadora será para mayor número de personas. ¡Anímate a seguir siendo bendición para quienes te rodean y para las personas menos favorecidas!
“La compasión toca la fibra más sensible de nuestra humanidad, provocando un apremiante impulso a estar cerca de quienes vemos en situación de dificultad” (Papa Francisco).