Primera lectura: Hch 13,13-25:
Un salvador para Israel
Salmo: 89:
«Cantaré eternamente las misericordias del Señor»
Evangelio: Jn 13,16-20:
«Quien reciba al que envié, me recibe a mí»
4ª Semana de Pascua San Isidro Labrador (1130)
17 Serán felices si, sabiendo estas cosas, las cumplen.
18 No hablo de todos ustedes, porque sé a quiénes he elegido. Pero se ha de cumplir aquello de la Escritura: El que compartía mi pan se levantó contra mí.
19 Se lo digo ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean que Yo soy.
20 Les aseguro: quien reciba al que yo envíe me recibe a mí, y quien me recibe a mí recibe al que me envió.
Compartimos en este evangelio palabras de Jesús en su última cena con sus discípulos. Es la hora apropiada que tiene para darnos las últimas recomendaciones y ayudarnos a vivir con sabiduría. Son palabras que van acompañadas de gestos humanos desconcertantes. El evangelio de Juan no toca la institución de la Eucaristía, como sí lo hacen los sinópticos, porque ya nos ha dado esa larga catequesis del Pan de vida, pero nos comparte el gesto de lavar los pies de los discípulos. El Resucitado se manifiesta, así como el rostro humano de Dios, como un Dios Sirviente, dispuesto a manifestar su presencia allí donde la raza humana necesita que alguien toque su carne enferma. Asistimos a una verdadera revolución de la ternura de Dios. Si Dios es así, ¿qué nos toca hacer a nosotros para convertirnos en sirvientes de los más marginados? A partir de la muerte y resurrección de Jesús toda carne humana sufriente es carne cubierta de llagas que los discípulos y discípulas de Jesús tenemos que acariciar y curar.
“Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente” (FT 64).