Primera lectura: Isaías 50,4-7:
No me tapé el rostro
Salmo: 22:
«¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»
Segunda lectura: Filipenses 2,6-11:
Dios lo ensalzó sobre todo
Evangelio: Lucas 22,14–23,56:
«Hagan esto en memoria mía»
DOMINGO DE RAMOS Y DE PASIÓN San Martín I, papa y mártir (655)
15 y les dijo: Cuánto he deseado comer con ustedes esta Pascua antes de mi pasión.
16 Les aseguro que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios.
17 Y tomando la copa, dio gracias y dijo: Tomen y compártanla entre ustedes.
18 Les digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reino de Dios.
19 Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía.
20 Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes.
21 Pero, ¡cuidado!, que la mano del que me entrega está conmigo en la mesa.
22 El Hijo del Hombre sigue el camino que se le ha fijado; pero, ¡ay de aquel que lo entrega!
23 Ellos comenzaron a preguntarse entre sí quién de ellos era el que iba a entregarlo.
24 Luego surgió una disputa sobre quién de ellos se consideraba el más importante.
25 Jesús les dijo: Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar benefactores.
26 Ustedes no sean así; al contrario, el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último y el que manda como el que sirve.
27 ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de ustedes como quien sirve.
28 Ustedes son los que han permanecido conmigo en las pruebas,
29 por eso les encomiendo el reino como mi Padre me lo encomendó:
30 para que coman y beban, a mi mesa, en mi reino, y se sienten en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel…
Inauguramos la Semana Santa. Uno de los tiempos litúrgicos que nos invita a la madurez en la fe y a la entrega generosa de la vida. Conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por el pueblo sencillo pero rechazado por las autoridades. En Jesús se da cumplimiento a la profecía de Isaías: Dios le ha dado la misión no sólo de comunicar con su voz palabras de aliento, sino de solidarizarse con todos los abatidos del pueblo. Él ha escuchado la voz de Dios que se conmueve frente al sufrimiento de sus hijos e hijas, invitándoles a resistir, cuidando y defendiendo la vida. La consecuencia del cumplimiento de la misión de Dios, en primera instancia, es la plenitud y satisfacción de una vida entregada, pero por las estructuras egoístas se transforma en un camino de sacrificio y sufrimiento. Así lo constata el himno cristológico de Filipenses, reconociendo la condición divina de Jesús en la medida que ha sido capaz de sacrificarse por amor.
Hoy leemos el relato de la pasión según san Lucas. Asistimos a la cena pascual de Jesús con su comunidad discipular, previo a su pasión. Sentimientos y emociones se entremezclan, poniendo en evidencia la dureza del momento que está por venir. En el mismo episodio Jesús indica a sus discípulos como deben relacionarse entre ellos: sin dominación o interés, sino con humildad y gratuidad. Nos quiere comunidades discipulares servidoras y solidarias, capaces de generar cambios significativos. No se oculta la fragilidad humana en medio de este proyecto de amor, porque se pone de manifiesto la traición de Judas y la negación de Pedro. Pero llama la atención que, en medio de estas debilidades, se exponga el tema del servicio y la pequeñez del auténtico discípulo. El camino de fe de las comunidades no está exento de caer en la ambición o de sucumbir al miedo o la cobardía en las persecuciones.
Nos mantendremos fieles al proyecto del Reino, sólo si seguimos el ejemplo del Maestro que no perdió la comunión con su Padre, Dios, aún en las circunstancias más duras y oscuras de la vida. Los versículos que muestran las escenas del juicio de Jesús reconocen el poder religioso e imperial, empleado no para servir sino para quitar del medio a cualquiera que se opone a sus intereses. Aunque en apariencia triunfa el mal, estos días santos nos invitan a no perder la esperanza. El mal no tiene la última palabra. El final del camino no es la cruz, sino lo que acontece después, el triunfo de la vida sobre la muerte.
“Cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad” (FT 27).