Primera lectura: Hch 8,26-40:
Siguió su viaje lleno de alegría
Salmo: 66:
«Aclama al Señor, tierra entera»
Evangelio: Jn 6,44-51:
«Yo soy el pan vivo»
3ª Semana de Pascua Nuestra Sra. de Luján San Amado Ronconi (1292)
45 Los profetas han escrito que todos serán discípulos de Dios. Quien escucha al Padre y aprende vendrá a mí.
46 No es que alguien haya visto al Padre, sino el que está junto al Padre, ése ha visto al Padre.
47 Les aseguro que quien cree tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de la vida. 49Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron.
50 Éste es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera.
51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne.
Jesús está explicando el sentido de la multiplicación. Se trata de un bien repartido solidaria y equitativamente; de un pan que sacia a una multitud y que sobreabunda por haberse compartido con sinceridad. Jesús, el catequista del Padre, el Hijo que estaba siempre junto a Dios; es la Palabra eterna manifestada en la humanidad del campesino de Nazaret, gracias al misterio de la Encarnación. Así como Él es el enviado del Padre, nos envía a ser discípulos y discípulas de Dios (v. 45). Si nos alimentamos de sus palabras obtendremos esa vida plena que perdurará en el tiempo, hasta la eternidad. Es palabra-pan que hay que comer para nutrirse y estar en plena comunión con la causa del Reino. Usando el verbo “comer”, nos invita a experimentarlo hasta alcanzar una total identificación con Él. Y es que ese alimento como su propia carne, nos hablan de la donación total de su persona. Una existencia humana vivida para los demás. ¿Son Jesús y su Evangelio esa fuerza que transforma nuestra vida?
“Nos hemos alimentado con sueños de esplendor y grandeza y hemos terminado comiendo distracción, encierro y soledad; nos hemos empachado de conexiones y hemos perdido el sabor de la fraternidad” (FT 33).