18a Semana Ordinario
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, mártir (1942)
Santa Cándida María de Jesús (1912)
Dt 6,4-13:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón»
Salmo 18:
«Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza»
Mt 17,14-20:
«Si tuvieran fe, nada les sería imposible»
14 En aquel tiempo, cuando volvieron a donde estaba la gente, un hombre se le acercó, se arrodilló ante Jesús
15 y le dijo: Señor, ten compasión de mi hijo que es epiléptico y sufre horriblemente. Muchas veces se cae en el fuego o en el agua.
16 Se lo he traído a tus discípulos y no han podido sanarlo.
17 Respondió Jesús: ¡Qué generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Tráiganmelo aquí.
18 Jesús reprendió al demonio, y éste abandonó al muchacho que desde aquel momento quedó sano.
19 Entonces los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?
20 Él les contestó: Porque ustedes tienen poca fe. Les aseguro que, si tuvieran la fe del tamaño de una semilla de mostaza, dirían a aquel monte que se trasladara allá, y se trasladaría. Y nada sería imposible para ustedes.
La fe de Israel implica escuchar. Retóricamente, la invitación a la escucha es para recordar una tarea pendiente. Hay sordera y su impacto relaja la ética y buenas costumbres a favor de la vida. Quien se acomoda prefiere lo que identifica como las propias e inofensivas situaciones del ego y no las verdaderas necesidades de las mayorías. Amar a Dios con todas las fuerzas, se vincula a la memoria agradecida de un pueblo dignificado y liberado. Sin embargo, la fe queda reducida a buenas intenciones, cuando no se asume la práctica de la justicia y la compasión. Esto se ve claramente en el evangelio, cuando el niño epiléptico no pudo ser sanado por los discípulos debido a su falta de fe. Centrémonos, no en la curación, sino en el cuestionamiento de Jesús a todos los implicados en el relato. La fe posibilita la vida y la hace llevadera, aun en las enfermedades o dificultades. El llamado a escuchar implica el compromiso creyente de ser coherentes con el proyecto del amor.
“Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo” (LF 4).