27a DOMINGO ORDINARIO
Santa Ana Schäffer (1925)
San Tranquilino Ubiarco (1928)
Habacuc 1,2-3; 2,2-4: El justo vivirá por su fe
Salmo 95: «Si hoy escuchas su voz, no endurezcas tu corazón»
2 Timoteo 1,6-8.13-14: No te avergüences de dar testimonio
Lucas 17,5-10: Si tuvieran fe como una semilla de mostaza…
En aquel tiempo los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
6 El Señor dijo: Si tuvieran fe como una semilla de mostaza, dirían a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los obedecería.
7 Supongamos que uno de ustedes tiene un sirviente arando o cuidando los animales. Cuando éste vuelva del campo, ¿le dirá que pase enseguida y se ponga a la mesa?
8 ¿No le dirá más bien: Prepárame de comer, ponte el delantal y sírveme mientras como y bebo, después comerás y beberás tú?
9 ¿Tendrá aquel señor que agradecer al sirviente que haya hecho lo mandado?
10 Así también ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: Somos simples sirvientes, solamente hemos cumplido nuestro deber.
Comentario
El profeta Habacuc se lamenta ante Dios frente a lo insalvable. Dios le anuncia el fracaso de los soberbios e invita a los justos a permanecer fieles, así conservarán la vida. La violencia que ya padece el pueblo a lo interno, será barrida con una violencia mayor. La profecía surge a partir de los rumores de invasión de los ejércitos babilonio y asirio (s. VII a.C.). ¿Qué va a quedar de este pueblo?, pregunta el visionario.
La respuesta de Dios: “sólo el justo vivirá”, nos ha de invitar a revisar nuestro modo de reaccionar frente a las decisiones que los gobernantes toman por nosotros. Si la catástrofe es inevitable, aunque la mayoría de los líderes aseguran que “todo va bien”. ¿Cuál debería ser nuestra respuesta?
El profeta está atento a lo que sucede más allá del territorio judío y lo escribe. Él es guardián del pueblo, al que urge a creer y confiar en Dios. Creer no es asunto de hacer profesión en el culto, o participar en ritos y procesiones, sino de eliminar la injusticia, desterrar crímenes y violencias para establecer el derecho. La fe no es un tesoro a enterrar, sino un activo a multiplicar.
El nexo entre Habacuc y el evangelio es obvio, el poder de la fe es insospechado. La fe hace posible sobrevivir a la terrible invasión militar y también es capaz de ¡trasplantar árboles al mar con una orden! Jesús emplea una imagen asombrosa. Añade, el ejemplo del amo y su esclavo que cumplen fielmente sus roles. De este modo aprendemos que la fe no aguarda gratificación alguna ni espera algo extraordinario.
La fe no es un pagaré que Dios busca satisfacer de alguna manera; aunque lo escuchamos frecuentemente en boca de predicadores de prosperidad, no es así. La fe debe bastar para inyectarle sentido a la vida para asumirla como viene. No se piense que Jesús está promoviendo el inmovilismo social, o que defienda el sistema económico social vigente, porque no se ajustaría a la cosmovisión del propio Jesús, ni de su época. Lo que se está inculcando con este ejemplo es la necesidad de la fe, incluso para las tareas más cotidianas o penosas, no sólo para lo extraordinario.
Acudimos a la asamblea litúrgica con regularidad y allí profesamos nuestra fe cristiana, pero luego, lo que decimos y hacemos ha de resonar más allá de los muros de la iglesia. El papa Francisco nos recuerda que la fe es apertura a Dios que desemboca, necesariamente, en el encuentro con el hermano necesitado (Fratelli tutti, 74).
“El clima de escucha y de diálogo sincero, se irradie en nuestras comunidades, para el crecimiento de la buena semilla del Reino” (Sínodo de la Sinodalidad, I Sesión, octubre 2023).