XXV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
San Mateo (s. I)
Amós 8:4-7: Compras por dinero al indefenso
Salmo 113: «Alaben al Señor que ensalza al pobre»
1 Timoteo 2,1-8: Pidan a Dios por todos
Lucas 16:1-13: No se puede servir a Dios y al dinero
Jesús les decía a los a los discípulos:
1 Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes.
2 Lo llamó y le dijo: ¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuentas de tu administración, porque ya no podrás seguir en tu puesto.
3 El administrador pensó: ¿Qué voy a hacer ahora que el dueño me quita mi puesto? Para cavar no tengo fuerzas, pedir limosna me da vergüenza.
4 Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan, alguno me reciba en su casa.
5 Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor?
6 Contestó: Cien barriles de aceite. Le dijo: Toma el recibo, siéntate enseguida y escribe cincuenta.
7 Al segundo le dijo: Y tú, ¿cuánto debes? Contestó: Cuatrocientos quintales de trigo. Le dice: Toma tu recibo y escribe trescientos.
8 El dueño alabó al administrador deshonesto por la astucia con que había actuado. Porque los hijos de este mundo son más astutos con sus semejantes que los hijos de la luz.
9 Y yo les digo que con el dinero sucio se ganen amigos, de modo que, cuando se acabe, ellos los reciban en la morada eterna.
10 El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho; el que es deshonesto en lo poco, es deshonesto en lo mucho.
11 Si con el dinero sucio no han sido de confianza, ¿quién les confiará el legítimo?
12 Si con lo ajeno no han sido de confianza, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
13 Un empleado no puede estar al servicio de dos señores: porque odiará a uno y amará al otro o apreciará a uno y despreciará al otro. No pueden estar al servicio de Dios y del dinero.
Comentario
¿Hay alguna persona cerca de usted que come deshechos? ¿Conoce usted a alguien que no tiene zapatos? El lacerante panorama de la sociedad israelita del siglo VIII antes de Cristo, desnudada por el profeta Amós, nos denuncia hoy. El afán de enriquecerse se ha multiplicado en todas las latitudes del planeta, estimulado por el comercio globalizado que va produciendo “nuevas pobrezas” (Fratelli Tutti, 21), asfixiando a los más indefensos.
El pueblo de la Biblia buscaba configurarse bajo las leyes de la alianza con Dios. Sólo que “del dicho al hecho, hay mucho trecho”. El profeta denuncia que los poderosos comerciantes están ansiosos de que pasen ya los días que les impiden lucrar con los bienes y las personas. Peor aún, el comercio ocurría en el perímetro sagrado de los santuarios, bajo la supervisión de los encargados del culto, garantizando una supuesta legalidad, cobijada por la divinidad patronal. En aquellas sociedades lo civil y religioso van juntos. Pero el Dios de Jacob no se acopla con ese malvado proceder, dice el profeta; el sistema está pervertido porque la ganancia lo ha corrompido todo. ¿Sabe de alguien que lucra con la necesidad de los pobres, engañando o abusando la ley?
La lectura bíblica, sin embargo, nota que hay un dique, aunque frágil, que frena la voracidad de los poderosos, un respiro a la vida: los días sagrados. En ellos, cesa el quehacer diario para restablecer el horizonte de la vida común. El individuo reposa para regenerar su vida ante Dios, el Dios de la vida justa y digna para todo el pueblo. Cierto, lo sacro es una reserva frágil, “pasa”, e incluso puede pervertirse si concierta con los poderosos y silencia las voces que delatan la “asfixia” de los pobres. Por ello es indispensable construir espacios extendidos de sacralidad donde florezcan la vida y la dignidad de los pobres. ¿Qué espacios de vitalidad humana existen alrededor nuestro?
Con la parábola, Jesús apremia a sus discípulos, nosotros, a tomar decisiones inteligentes e intrépidas según la situación lo requiera. La parábola no alaba el fraude, sino la audacia de “hacerse amigos” que garanticen un futuro al caído en desgracia. Lo mismo buscan los migrantes que desde nuestros países empobrecidos, caminan hacia un norte que prometa esperanza. Lejos de criminalizarlos, hagamos nuestra su causa y su osada valentía. Involucrémonos en los procesos políticos y económicos que reconfiguren las leyes e instituciones locales, de manera que dejen de expulsar a los más empobrecidos y marginados. ¿A qué te invita la Escritura a partir de esta realidad injusta?
“Advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia” (LD 28).
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