19a Semana Ordinario
San Maximiliano Kolbe (1941)
San Antonio Primaldo y 812 Comp. (1480)
Jos 3,7-10a.11.13-17:
El Arca de la Alianza del Señor va a pasar el Jordán
Salmo 114:
«¡Aleluya!»
Mt 18,21–19,1:
«Perdona hasta setenta veces siete»
21 Pedro preguntó al Señor: Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?
22 Le contestó Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
23 Por eso, el reino de los cielos se parece a un rey que decidió ajustar cuentas con sus sirvientes.
24 Ni bien comenzó, le presentaron uno que le adeudaba diez mil monedas de oro.
25 Como no tenía con qué pagar, mandó el rey que vendieran a su mujer, sus hijos y todas sus posesiones para pagar la deuda.
26 El sirviente se arrodilló ante él suplicándole: ¡Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré!
27 Compadecido de aquel sirviente, el rey lo dejó ir y le perdonó la deuda.
28 Al salir, aquel sirviente tropezó con un compañero que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y mientras lo ahogaba le decía: ¡Págame lo que me debes!
29 Cayendo a sus pies, el compañero le suplicaba: ¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré!
30 Pero el otro se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda.
31 Al ver lo sucedido, los otros sirvientes se sintieron muy mal y fueron a contarle al rey todo lo sucedido.
32 Entonces el rey lo llamó y le dijo: ¡Sirviente malvado, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo suplicaste!
33 ¿No tenías tú que tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?
34 E indignado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Así los tratará mi Padre del cielo si no perdonan de corazón a sus hermanos.
19 1 Cuando Jesús terminó este discurso, se trasladó de Galilea a Judea, al otro lado del Jordán.
Encontramos en el libro del Deuteronomio la concesión que Dios da al Pueblo para que habite la tierra de promisión, también la despedida-duelo por la muerte de Moisés. Sin entrar en ella, Moisés contempla la tierra prometida; será Josué quien continúe liderando a la comunidad que camina hacia la libertad. El deuteronomista dice que no habrá profeta como Moisés, pero la plenitud de los tiempos llega con la revelación de Dios en Jesús. Ahora corresponde a las comunidades cristianas, mantener viva la memoria de un pueblo que no está llamado a vivir bajo el yugo de la esclavitud. En compañía del resucitado, tienen el desafío de concretar el Reinado de Dios, a través del compromiso con la vida, vinculando al hermano pecador en la comunidad. Reunir a los extraviados en el seno de la comunidad y acompañarlos en su proceso de transformación, es tarea ineludible. Actualmente, cuesta abrazar esa dimensión de la Iglesia pecadora, como también acercarnos a quien se equivoca. Sin esta cercanía compasiva no seremos coherentes con la Buena Nueva de Jesús.Perdonar y pedir perdón: disposiciones casi imposibles para quien no cultiva el amor y la fe. Son expresión de una Iglesia con entrañas maternas, abierta a vivir procesos de reconciliación y conversión permanente. Parece más fácil detener el río Jordán o dividir nuevamente el mar rojo, para que pase el pueblo a la tierra prometida, que perdonar o pedir perdón al hermano. Pero el perdón es expresión de quienes están dispuestos a pertenecer al pueblo de Dios hasta llegar a constituir una comunidad convocada por Dios para amar hasta el extremo. Sin embargo, según la parábola de Jesús, aunque el perdón es ilimitado, este tiene exigencias: hay que perdonar para ser perdonado, no es posible uno sin el otro. Dios, amoroso y compasivo, perdona hasta el más grave error para que, a partir de ahí, se gesten comunidades entrañablemente solidarias. Esta sería la manera más efectiva para destruir el círculo de violencia que hoy caracteriza a nuestra sociedad. Oremos por los procesos de paz y de resarcimiento, tan necesarios en nuestro mundo.
“Si uno tiene una dificultad, incluso grave, aunque se la haya buscado él, los demás acuden en su ayuda, lo apoyan; su dolor es de todos” (FT 230).