25a Semana Ordinario
Santos Cosme y Damián (303)
Ag 2,1-9: «Todavía un poco más y llenaré de gloria este Templo»
Sal 43: «Espera en Dios, que volverás a alabarlo»
Lc 9,18-22: «Ustedes ¿quién dicen que soy yo?»
En aquel tiempo, estando Jesús una vez orando a solas, se le acercaron los discípulos y él los interrogó:
18 ¿Quién dice la multitud que soy yo?
19 Contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de los antiguos.
20 Les preguntó: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Mesías de Dios.
21 Él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.
22 Y añadió: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, tiene que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Comentario
La oración es el oxígeno para el cristiano, alimento de nuestra fe, esperanza y caridad. Orar da fuerza e inspira. Jesús solía acudir a la sinagoga, donde se reuniría con otros piadosos para orar y compartir la palabra revelada; pero también oraba en despoblado y a solas, como en este fragmento de Lucas. Jesús vincula a la oración la ruta de su destino y viceversa. A la oración se lleva lo que uno es y lo que uno espera ser; desde ella se clarifica y se abraza el horizonte de Dios. Sin oración se diluyen nuestros propósitos y anhelos, en lo inmediato y más cómodo. Los discípulos de Jesús nos confrontamos con este evangelio sobre el destino del Hijo del Hombre. A nadie atrae comulgar con esa figura, ni en ideas, ni en la propia carne. Pero la fidelidad no tiene alternativas; no se puede excluir la cruz y la muerte de la identidad discipular. Entonces, abracemos la oración que nos disponga a caminar con valentía, “en nombre de Dios”.
“En el rostro del otro, necesitado, se manifiestan los rasgos de Jesucristo” (Papa Francisco).