20º Semana ordinaro
San Pío X (1914)
Jue 11,29-39a:
El primero que salga de mi casa a recibirme, será para el Señor
Salmo: 40:
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»
Mt 22,1-14:
A todos los que encuentren, invítenlos a la boda
1 Jesús tomó de nuevo la palabra y se dirigió a los jefes de los sacerdotes y ancianos con esta parábola:
2 El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo.
3 Envió a sus sirvientes para llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir.
4 Entonces envió a otros sirvientes encargándoles que dijeran a los invitados: Tengo el banquete preparado, mis mejores animales ya han sido degollados y todo está a punto; vengan a la boda.
5 Pero ellos se desentendieron: uno se fue a su campo, el otro a su negocio;
6 otros agarraron a los sirvientes, los maltrataron y los mataron.
7 El rey se indignó y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad.
8 Después dijo a sus sirvientes: El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no se lo merecían.
9 Vayan a los cruces de caminos y a cuantos encuentren invítenlos a la boda.
10 Salieron los sirvientes a los caminos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos. El salón se llenó de convidados.
11 Cuando el rey entró para ver a los invitados, observó a uno que no llevaba traje apropiado.
12 Le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado sin traje apropiado? Él enmudeció.
13 Entonces el rey mandó a los guardias: Átenlo de pies y manos y échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el crujir de dientes.
14 Porque son muchos los invitados, pero pocos los elegidos.
Quienes tienen poder dentro de un sistema injusto no están dispuestos a perder los privilegios para beneficiar a extraños. Incluso, encontramos a personas que son víctimas del proceder injusto del sistema, pero terminan promoviéndolo o haciéndolo más fuerte. Pudo ser el caso de Jefté. Sólo por sentirse poderoso y dueño, no tenía derecho de disponer de la vida de nadie, aun cuando fuera un voto egoísta ofrecido a Dios. Asume la muerte, no sin generar con sus amigas un ritual para las mujeres ajusticiadas. Ellas, excluidas y recordadas, crean un proyecto distinto a pesar de la muerte legalizada. En el evangelio quienes tienen la vida asegurada no aceptan la invitación al banquete, prefiriendo cuidar de sus bienes y vivir de espaldas a los demás. Los excluidos de ese sistema aceptan la invitación porque nadie los había tomado en cuenta, ni siquiera la religión de entonces. Autocriticarse desde el sistema parece necesario para no lamentarnos por los resultados nefastos, como le ocurrió a Jefté. La mesa del Reino siempre está dispuesta y nos espera.
“La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (EG 114).