20º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
Santa Beatriz de Silva, fundadora (1492),
San Roque (1378)
Jeremías 38,4-6.8-10:
Trataron inicuamente a Jeremías, arrojándolo a un aljibe
Salmo: 39:
«¡Señor, ven a ayudarme!»
Hebreos 12,1-4:
Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos
Lucas 12,49-53:
«¿Piensan que vine a traer paz a la tierra?»
49 Dijo Jesús a sus discípulos: Vine a traer fuego a la tierra y, ¡cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
50 Tengo que pasar por un bautismo, y que angustia siento hasta que esto se haya cumplido.
51 ¿Piensan que vine a traer paz a la tierra? No he venido a traer la paz sino la división.
52 En adelante en una familia de cinco habrá división: tres contra dos, dos contra tres.
53 Se opondrán padre a hijo e hijo a padre, madre a hija e hija a madre, suegra a nuera y nuera a suegra.
El cristianismo no predica la huida del conflicto sino el afrontamiento, aunque produzcan temor las consecuencias. Esto mismo le ocurrió a Jesús y a los profetas bíblicos. En tiempos sociopolíticos y económicos turbulentos, el cristianismo debe mantener un espíritu crítico que le permita denunciar todo aquello que no conduce a la paz.
En muchas ocasiones la justicia, si bien, procurada por nuestros sistemas, produce temor y desasosiego cuando es manipulada y corrompida. En lugar de ser fuente de alegría, se traduce en sufrimiento y persecución. Jeremías, profeta tranquilo y de tímida personalidad, sorprende cuando desestabiliza la estructura política y se muestra valiente en la persecución. Aunque no es asesinado en ese momento, por la compasión de un inesperado cortesano africano, es sometido a la tortura por el testimonio que cuestiona las malas decisiones políticas que afectan al pueblo. Dios siempre escucha el grito de los profetas, les infunde valentía para no renunciar a su causa. Jeremías es presentado como antepasado profético de una gran fila de testigos.
Según el autor de la carta a los Hebreos, toda comunidad requiere ser educada en tiempos de afán y adversidad. Con los ojos fijos en Jesús no perderá el camino y siempre habrá ánimo para re-correrlo. La cruz aterra, pero hay una promesa de vida, no sólo para quién la asume sino para las nuevas generaciones. Según los textos de la tradición lucana, ni Jesús siendo Hijo de Dios se ahorró el conflicto.
El sufrimiento que se asume por amor a una vida digna, antes bien, revela un camino que conduce a la felicidad plena. Jesús lo afrontó asumiendo la contradicción, la división, la soledad, incluso dentro de la misma comunidad. Proclamar un Reinado alternativo e igualitario, en tiempos de la invasión romana era arriesgado y una acción suicida. Lamentablemente, esta imagen profética de Jesús y del cristianismo primitivo ha sido dulcificada para ahorrarnos, dicen, sufrimiento innecesario. Pero se trata justamente de esto el seguimiento de Jesús.
Frente a toda injusticia, los cristianos deberíamos de ser los primeros capacitados para responder con la verdad. Debe producirse un apasionado amor a la vida que nos conduzca al enfrentamiento de toda clase de mal. La vida nos coloca frente a situaciones límite, para las que necesitamos estar preparados, más aún, si se trata de abusos de poder. Llegará un momento en que, como nos recuerda Pedro Casaldáliga: “mi vida son mis causas, y mis causas son superiores a mi propia vida”. Activemos el profetismo en cualquier situación injusta y hagamos presente el Reino de la Vida.
““No se puede esperar, para vivir el Evangelio, que todo a nuestro alrededor sea favorable, porque muchas veces las ambiciones del poder y los intereses mundanos juegan en contra nuestra” (GE 91).