32º Semana Ordinario
San Alberto Magno (1280)
San Roque González (1628)
Sab 18,14-16; 19,6-9: Se vio el mar como camino
Sal 105: «Recuerden las maravillas que hizo el Señor»
Lc 18,1-8: Dios hará justicia a sus elegidos
En aquel tiempo, para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, Jesús les contó una parábola:
2 Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
3 Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival.
4 Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres,
5 como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome.
6 El Señor añadió: Fíjense en lo que dice el juez injusto;
7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?
8 Les digo que inmediatamente les hará justicia. Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la Tierra?
Comentario
No podemos caer en la tentación de descuidar la espiritualidad, que en buena medida se fortalece con la oración. Es el error de muchas personas y comunidades comprometidas que, por favorecer el activismo apostólico, descuidan los momentos de escucha y discernimiento del querer de Dios. Sin mística y sin pasión, la entrega generosa y el verdadero profetismo quedan comprometidos. Dedicar tiempo a la oración nos regalará esa fuerza y vitalidad, además de la libertad y docilidad para sabernos encontrar con el amigo, Dios. Posibilitando “un diálogo con quien sabemos nos ama”, decía Santa Teresa, sabremos si vamos en la dirección correcta o si por el contrario necesitamos reajustar la brújula en nuestra entrega. La Palabra que escuchamos vaticina ese enfriamiento o pérdida de la fe en muchas personas; Primero, para que no nos tome por sorpresa y, segundo, para que no descuidemos el encuentro con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Y solo desde ese encuentro podremos mantener vivo el amor gratuito e incondicional.
“Poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias” (EG 6).
