Primera lectura: Deuteronomio 26,4-10:
El Señor escuchó nuestra voz
Salmo: 91:
«Quédate conmigo, Señor, en mi angustia»
Segunda lectura: Romanos 10,8-13:
La palabra está cerca de ti
Evangelio: Lucas 4,1-13:
No solo de pan vive el hombre
1º DE CUARESMA Santa Francisca Romana (1440)
2 donde permaneció cuarenta días, siendo tentado por el Diablo. En ese tiempo no comió nada, y al final sintió hambre.
3 El Diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.
4 Le respondió Jesús: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre.
5 Después lo llevó a un lugar muy alto y le mostró en un instante todos los reinos del mundo.
6 El Diablo le dijo: Te daré todo ese poder y su gloria, porque a mí me lo han dado y lo doy a quien quiero.
7 Por tanto, si te postras ante mí, todo será tuyo.
8 Le replicó Jesús: Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás culto.
9 Entonces lo condujo a Jerusalén, lo colocó en la parte más alta del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo desde aquí,
10 porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles para que te cuiden
11 y te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en la piedra.
12 Le respondió Jesús: Está dicho: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios.
13 Concluida la tentación, el Diablo se alejó de él hasta otra ocasión.
En este primer domingo de cuaresma comenzamos a leer, meditar y orar textos que nos invitan a la revisión de vida, conversión y reconciliación. Es el tiempo de hacer un alto en la vida y entrar en la dinámica de las transformaciones profundas tanto a nivel personal, familiar, comunitario, eclesial y social. Hoy leemos el pasaje de las tentaciones según la versión de la comunidad lucana. Jesús es conducido por el Espíritu al desierto. Reconocemos el desierto como lugar de prueba, confrontación, purificación, donde Jesús fragua su corazón y es capaz de mostrar que siempre hay alternativas frente a la seducción del placer, poder y tener. La misión de Jesús anunciando y testimoniando el reinado de Dios invita a crear espacios y relaciones basadas en el amor.
Insistimos en el desierto, pero como una disposición interior que nos posibilita la peregrinación y la purificación, pasando de una vida centrada en el yo, a un nosotros que construye la comunión. Así lo constatamos en las narraciones del éxodo. El pueblo hebreo tiene la oportunidad de dejar la esclavitud; para ello necesita ponerse en camino y cambiar actitudes, antes de abrazar su nueva vida.
La experiencia de Jesús en el desierto lo confronta con todas las tentaciones y seducciones de la época. Esas seducciones son propuestas por el “diablo” (el que divide). Pretende separar a Jesús de la voluntad del Padre. En primer lugar, recurrir a Dios para cubrir necesidades materiales. La tentación de quienes profesan su fe en el Dios de la prosperidad. Se acostumbran a la acumulación y a obtención de riqueza, incluso, en nombre de Dios. Jesús rechaza enfáticamente esta seducción maligna que pervierte el corazón humano. En segundo lugar, creer en un Dios Todopoderoso que naturaliza en la Iglesia las relaciones asimétricas (desiguales) y no se imagina sin el poder. Para Jesús es claro que el poder corrompe las relaciones e impide vivir en igualdad y en amor, porque prevalece el abuso de unos sobre otros. Y, en tercer lugar, hacer que todo dependa de Dios. Como todo es voluntad de Dios, me eximo de mi compromiso transformador. O bien, la pretensión de manipularlo. Haciendo un Dios y una religión a la medida de mis caprichos y necesidades. Todo centrándose de principio a fin en mí y en nadie más.
El Espíritu nos aleje de la tentación de la acumulación y el acaparamiento; de la búsqueda de cuotas de poder y la desigualdad; de la irreligiosidad junto a la irresponsabilidad. Y que nos conduzca por el camino de la solidaridad, el servicio y el compromiso transformador.
“Pido a todos los hombres y mujeres del mundo que hagan un buen uso de los dones que el Señor nos ha confiado” (Papa Francisco).