Primera lectura: Is 58,9b-14:
Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas
Salmo: 86:
«Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad»
Evangelio: Lc 5,27-32:
«No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»
Sábado después del Miércoles de Ceniza San Juan de Dios (1550)
28 Dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
29 Leví le ofreció un gran banquete en su casa. Había un gran número de recaudadores de impuestos y otras personas sentadas a la mesa con ellos.
30 Los fariseos y letrados murmuraban y preguntaban a los discípulos: ¿Cómo es que comen y beben con recaudadores de impuestos y pecadores?
31 Jesús les replicó: No tienen necesidad del médico los que tienen buena salud sino los enfermos.
32 No vine a llamar a justos sino a pecadores para que se arrepientan.
¡Cómo nos cuesta aceptar a quien es diferente! Lo que más inquieta es que suele observarse mayor intolerancia en personas muy “religiosas” (entre comillas). Actitudes excluyentes, selectivas, discriminatorias, se dan al interior de nuestras comunidades de fe. Ya lo decía Francisco en la JMJ de 2023: “vengan todos, pues la Iglesia es una casa con las puertas abiertas”. Aquí cabe toda clase de personas: pecadoras, santas, alejadas y comprometidas. Todos tenemos un lugar en el Corazón de Dios, nadie queda por fuera. Dios tiene un corazón gigante, ancho, acogedor; por el contrario, el nuestro, la mayoría de las veces es angosto, raquítico, excluyente. Cuanta humanidad perdemos por no sentarnos a la mesa con todos, sin etiquetas, ni condiciones, sencillamente reconociendo en cada persona la imagen del Dios Amor. Que nadie se quede a la intemperie y nadie se sienta señalado, juzgado, condenado por nuestra mentalidad cuadriculada. Hagamos de nuestras Iglesias y comunidades de fe, hogares donde compartir la vida. Que nuestro corazón pueda madurar el amor.
“Podemos transformar las fronteras en lugares privilegiados de encuentro, donde puede florecer el milagro de un nosotros cada vez más grande” (Papa Francisco).
