Primera lectura: Eclo 17,20-24:
Retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia
Salmo: 32:
«Alégrense justos, y gocen en el Señor»
Evangelio: Mc 10,17-27:
«Vende lo que tienes y sígueme»
8a Semana Ordinario Santa Catarina Drexel (1955) Santos Emeterio y Celedonio, mártires (s. III)
18 Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios.
19 Conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no jurarás en falso, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
20 Él le contestó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.
21 Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te falta: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme.
22 Ante estas palabras, se llenó de pena y se marchó triste; porque era muy rico.
23 Jesús mirando alrededor dijo a sus discípulos: Difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas.
24 Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!
25 Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
26 Ellos llenos de asombro y temor se decían: Entonces, ¿quién puede salvarse?
27 Jesús se los quedó mirando y les dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios; porque para Dios todo es posible.
A Jesús le importa la felicidad de toda persona y el cuidado integral de la vida. La invitación a seguirlo y ser continuador de su proyecto trasciende los siglos, en sociedades donde el sinsentido y el maltrato está haciéndose presente. En ocasiones, nuestra apegada relación con el dinero y la superficialidad impiden que abracemos su camino. El encuentro con el joven rico subraya esta lucha interna. ¿Qué nos impide seguir a Jesús con corazón desprendido? El mensaje es claro: el apego al dinero o centrarnos en lo puramente material puede condicionar nuestra entrega. Jesús nos invita a confiar para no desanimarnos, recordando que es posible con su gracia superar los obstáculos. Acercarnos a él con confianza y sincero corazón, nos puede liberar de la mundanidad y de todo aquello que nos esclaviza. La pregunta persiste: ¿qué estamos dispuestos a dejar atrás en pos de la misión? Su llamado nos desafía a fomentar una espiritualidad de mayor aprecio y cuidado por la vida. No olvidemos que Jesús con paciencia espera nuestra libre respuesta.
“Ojalá que al final ya no estén los otros, sino sólo un nosotros” (Papa Francisco).