Primera lectura: Eclesiástico 27,4-7:
No alabes a nadie antes de que razone
Salmo: 92:
«Es bueno dar gracias al Señor»
Segunda lectura: 1 Corintios 15,54-58:
Nos da la victoria por Jesucristo
Evangelio: Lucas 6,39-45:
El árbol se conoce por sus frutos
8º TIEMPO ORDINARIO San Simplicio (483)
40 El discípulo no es más que el maestro; cuando haya sido instruido, será como su maestro.
41 ¿Por qué te fijas en la pelusa que está en el ojo de tu hermano y no miras la viga que hay en el tuyo?
42 ¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacarte la pelusa de tu ojo, cuando no ves la viga del tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver claramente para sacar la pelusa del ojo de tu hermano.
43 No hay árbol sano que dé fruto podrido, ni árbol podrido que dé fruto sano.
44 Cada árbol se reconoce por sus frutos. No se cosechan higos de los cardos ni se vendimian uvas de los espinos.
45 El hombre bueno saca cosas buenas de su tesoro bueno del corazón; el malo saca lo malo de la maldad. Porque de la abundancia del corazón habla la boca.
El libro del Eclesiástico y el evangelio de Lucas comparten una temática común centrada en la coherencia entre las acciones y palabras de las personas. Aunque presentan sus enseñanzas de manera distinta, ambos textos transmiten mensajes que llaman a la autorreflexión y a la necesidad de evaluar el testimonio de las comunidades creyentes.
El Eclesiástico utiliza analogías de procesos naturales y cotidianos, como zarandear la criba (sacudir el trigo), probar un horno o cuidar un árbol, para transmitir la idea de que el verdadero carácter de una persona se manifiesta en sus palabras y acciones. Así como los residuos son separados en la criba y el horno afirma la vasija del alfarero, las palabras y compromisos de una persona reflejan sus pensamientos y opciones internas. El texto enfatiza la importancia de la coherencia entre lo que decimos y pensamos, resaltando que la verdadera naturaleza de una persona se pone de manifiesto en su humanidad.
Jesús emplea la metáfora de un ciego guiando a otro ciego para ilustrar la importancia del discernimiento y el proceder con sabiduría. El pasaje advierte cuidarse de la hipocresía y la falta de autoevaluación al señalar la viga en el ojo propio mientras se intenta quitar la pelusa del ojo del hermano. Jesús enfatiza que es necesario limpiar el corazón (nuestro interior) antes de intentar corregir a los demás. Además, hace referencia a la relación entre los frutos y el árbol, ilustrando que lo que decimos y hacemos está intrínsecamente vinculado a nuestro interior. La enseñanza subraya que las acciones y palabras que emanan de un corazón bien intencionado son las que generan frutos buenos y coherentes.
A partir de los textos leídos podemos abrir un espacio para el diálogo en familia, en el grupo de amigos o en la comunidad eclesial para sincerarnos y pensar cómo crecer y sabernos acompañar. Fomentemos valores que favorezcan el caminar juntos, reconociendo la importancia de mantener relaciones armoniosas con el entorno vital. Cultivar un corazón sincero, ser coherentes y dejarnos corregir favorecerá el mutuo crecimiento. Pablo insiste en no seguir normativas o leyes a las que nos acostumbramos pero que no engendran vida. No dejemos que el aguijón de la muerte provoque heridas sin atenderlas.
El camino sinodal seguirá siendo una oportunidad para la autorreflexión, la coherencia y la autenticidad; puede ser el espacio para sanar heridas que nos hemos podido provocar en nuestras relaciones familiares o de comunidad, especialmente en el ámbito de decisiones no socializadas o poco discernidas.
“Las migraciones contemporáneas nos brindan la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno” (Papa Francisco).