14ª Semana Ordinario San Fermín (s. IV)
19 Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
20 Entretanto, una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias, se le acercó por detrás y le tocó el borde de su manto.
21 Pues se decía: Con sólo tocar su manto, quedaré sana.
22 Jesús se volvió y al verla dijo: ¡Ten confianza, hija! Tu fe te ha sanado. Al instante la mujer quedó sana.
23 Jesús entró en casa del jefe y al ver a los flautistas y el barullo de gente,
24 dijo: Retírense; la muchacha no está muerta, sino dormida. Se reían de él.
25 Pero, cuando echaron a la gente, él entró, la tomó de la mano y la muchacha se levantó.
26 El hecho se divulgó por toda la región.
Vivimos en un mundo donde las necesidades del ser humano son más difíciles de satisfacer; no solo necesidades materiales, sino aquellas que son esenciales para su desarrollo integral: la identidad, la participación y la inclusión. Es necesario el acceso a los bienes materiales y al reconocimiento, pero no al punto de olvidarnos de los demás. En el relato que contemplamos hoy, Jesús reintegra a la vida comunitaria a dos mujeres con carencias de salud. El poder sanador de Jesús reestablece la dignidad de la persona, sus derechos, sus vínculos, su palabra y su equilibrio vital. La respuesta de Jesús a estas mujeres contradice las comprensiones sociales de la época, que sentencian el descarte y la muerte. ¿Guardamos el equilibrio entre satisfacer necesidades personales y nuestra disposición para con los más necesitados? Ojalá que logremos tener mejor calidad de vida, sin tener que prescindir de Dios y del prójimo.
“En el ámbito de la salud algunos disfrutan de las llamadas excelencias y muchos otros tienen dificultades para acceder a los cuidados básicos” (Papa Francisco).