Primer Lectura: Deuteronomio 30,10-14:
El mandamiento está cerca de ti
Salmo: 69:
«Humildes, busquen al Señor y revivirá su corazón»
Segunda Lectura: Colosenses 1,15-20:
Todo fue creado por él y para él
Evangelio: Lucas 10,25-37:
¿Quién es mi prójimo?
15º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, Santa Teresa de los Andes (1920)
26 Jesús le contestó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees?
27 Respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo.
28 Le respondió: Has respondido correctamente: obra así y vivirás.
29 Él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Jesús le contestó: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos asaltantes que lo desnudaron, lo hirieron y se fueron dejándolo medio muerto.
31 Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo.
32 Lo mismo un levita: llegó al lugar, lo vio y pasó de largo.
33 Un samaritano que iba de camino llegó a donde estaba, lo vio y se compadeció.
34 Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó.
35 Al día siguiente sacó dos monedas, se las dio al dueño de la posada y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta.
36 ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los asaltantes?
37 Contestó: El que lo trató con misericordia. Y Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo.
Las lecturas para este domingo son una invitación a evaluarnos en nuestra capacidad de amar, no sólo a los cercanos sino a los desconocidos. De igual forma nos plantea o denuncia, de manera contundente, la crisis relacional que vivimos actualmente. Reconocemos cómo los grandes avances tecnológicos nos han permitido estar comunicados de manera instantánea; conocer la vida cotidiana de las personas que nos rodean; interactuar y educarnos en tiempo real con comunidades que se encuentran en otras latitudes del planeta. Vivimos en la era de la hipercomunicación e hiperconexión; no obstante, muchos estudios indican que nunca en la historia ha habido una cantidad tan alta de personas que se sienten solas. A pesar de estar rodeados de tanta gente, de tener muchos amigos en las redes sociales, de interactuar y participar en grupos de diferentes denominaciones, de contar con herramientas poderosas para intercambiar información, tenemos grandes dificultades para la comunicación madura y respetuosa. Dicen por ahí que no hay peor soledad que la soledad rodeada de gente; y esto fue lo que le sucedió al hombre herido que nos presenta Lucas. Nos está planteando entonces el desafío de las relaciones y los encuentros, la urgente y necesaria pregunta por quien nos está próximo y nos sale al camino, especialmente aquellas personas lastimadas, heridas y sin esperanzas.
Estamos tan distraídos o aturdidos, aferrados a nuestros egos, más preocupados de lo que pasa en nuestros pequeños mundos, o de las notificaciones de las pantallas que por lo que sucede en tiempo real a nuestro alrededor. Si no tenemos la capacidad de dar razón de nuestro prójimo, de reconocerlo como persona, como lugar donde la divinidad y la salvación acontecen, entonces estamos dejando enfriar el amor. Hoy son tantos los rostros de hombres y mujeres que han sido heridos y asaltados por el camino, como nos lo plantea el Papa Francisco: “Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo” (FT 69). ¿Qué necesitamos para detenernos, inclinarnos, hacernos cargo e invertir tiempo, fuerzas, recursos y saberes para cuidar la vida malherida? Nuestra práctica religiosa ha de mantenernos vigilantes y sensibles ante las realidades de sufrimiento que vivimos actualmente como humanidad. Dios no pide imposibles, sólo anhela que maduremos en nuestra capacidad de amar. Pidámosle en nuestra oración un corazón samaritano, siendo hombres y mujeres que asumen con fidelidad la rehabilitación de las relaciones humanas, curando las heridas causadas por el mal. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien (FT 77).
“Siempre volvemos al estilo de Dios: el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura. Esto es lo que Dios ha hecho siempre” (Papa Francisco).