Primera lectura: Heb 3,7-14:
«Anímense unos a otros»
Salmo: 95:
«Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: ‘No endurezcan su corazón’»
Evangelio: Mc 1,40-45:
«Lo quiero; queda sano»
1ª Semana Ordinario San José Vaz (1711)
41 Él se compadeció, extendió la mano, lo tocó y le dijo: Lo quiero; queda sano.
42 Al instante se le pasó la lepra y quedó sano.
43 Después lo despidió advirtiéndole enérgicamente:
44 Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu curación establecida por Moisés.
45 Pero él salió y se puso a proclamar y divulgar el hecho, de modo que Jesús no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares despoblados. Y de todas partes acudían a él.
La lepra en tiempos de Jesús era una enfermedad incurable que marginaba no sólo por la gravedad sino por la impureza. Ser leproso significaba ser pecador, haber actuado mal, recibiendo un castigo divino imperdonable. En el relato de hoy nos encontramos con la proximidad y la compasión de Dios en Jesús. La sanación se hace posible porque se vencen los prejuicios y se derriban las barreras legales que impedían la cercanía, atención y cuidados por miedo a contaminarse o mancharse con dicha enfermedad. Jesús continúa catequizando a la comunidad discipular para también liberarla o sanarla de lo que la encierra en estructuras. Para conseguir el cambio en nuestra vida personal y comunitaria es necesario como Jesús, palpar y acompañar la vulnerabilidad y el sufrimiento del pueblo marginado. Por eso T. Halík afirma «ahí donde toques el sufrimiento del hombre –y quizá sólo ahí– reconocerás que estoy vivo, que yo soy». ¿Somos capaces de reconocer y palpar la vulnerabilidad y el sufrimiento de nuestro entorno?
“No se trata sólo de migrantes significa que, al mostrar interés por ellos, nos interesamos también por nosotros, por todos; que, cuidando de ellos, todos crecemos” (Papa Francisco).