Primera lectura: Is 55,10-11:
Mi palabra hará mi voluntad
Salmo: 34:
«El Señor libra de sus angustias a los justos»
Evangelio: Mt 6,7-15:
Ustedes oren así
1ª Semana de Cuaresma San Eulogio de Córdoba (859)
8 No los imiten, pues el Padre de ustedes sabe lo que necesitan antes de que se lo pidan.
9 Ustedes oren así: ¡Padre nuestro que estás en el cielo! Santificado sea tu Nombre,
10 venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo;
11 danos hoy nuestro pan de cada día,
12 perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
13 no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
14 Pues si perdonan a los demás las ofensas, su Padre del cielo los perdonará a ustedes,
15 pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
¡Y ahora, la oración! Tal parece que el asunto de la oración no es nuevo. Cuantas veces se confunde la oración con un pliego desmedido y casi imposible de “peticiones y exigencias”, al mejor estilo de los sindicatos obrero/patronales, o a una oficina de quejas y reclamos. La oración que propone Jesús, fruto de la experiencia constante de quien «pasaba la noche en oración», es reconocer que también nosotros necesitamos vivir esa experiencia, para renovarnos, cultivar su presencia y experimentar su gracia. Un compromiso para hacer su voluntad y no la nuestra, en todo momento y lugar. Buscar el pan que sustente nuestra entrega, propiciar la reconciliación y encontrar fortaleza para no sucumbir en la tentación. Que sencilla oración es aquella que nos invita a abandonarnos y confiar en un Padre providente, que nos ama entrañablemente como a hijos e hijas. Es dejarnos abrazar por su presencia íntima, cercana, discreta. Al fin de cuentas, la oración del Padre Nuestro es un itinerario, un camino hacia Dios.
“Estamos llamados a soñar juntos. No debemos tener miedo de soñar juntos como una sola humanidad” (Papa Francisco).