Primera lectura: 1Jn 5,5-13:
El Espíritu, el agua y la sangre
Salmo: 147:
«Glorifica al Señor, Jerusalén»
Evangelio: Lc 5,12-16:
En seguida le dejó la lepra
Después de Epifanía Santa Ana de los Ángeles (1686)
13 Extendió la mano y le tocó, diciendo: Lo quiero, queda sano. Al instante se le fue la lepra.
14 Y Jesús le ordenó: No se lo digas a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu sanación establecida por Moisés.
15 Su fama se difundía, de suerte que una gran multitud acudía a escucharlo y a sanarse de sus enfermedades.
16 Pero él se retiraba a lugares solitarios a orar.
Un leproso, marginado social y religiosamente, se aproxima a Jesús, suplicando ser sanado. Esta actitud valiente es propia de quienes anhelan libertad y desean que se haga justicia. Al extender la mano y tocarlo, le proporciona la salud que tanto anhelaba. Jesús desafía las normas sociales y religiosas de pureza. No solo cura al leproso, sino que lo reintegra a la comunidad que lo había excluido por su condición. Ojalá no tengamos escrúpulo, ni prejuicios al relacionarnos con personas no bien vistas por la sociedad en nuestro tiempo. Podemos identificar a aquellas personas que les cuesta encajar o sentirse incluidas en las comunidades. No rechacemos a nadie por su apariencia o porque no cumple con nuestras normas de comportamiento; intentemos abrirnos al amor que viene de Dios y pidámosle tolerancia y apertura. Y una lección más, Jesús no se deja llevar por la popularidad, más bien se retira a lugares solitarios a orar, no sólo para recordarnos la importancia de contar con Dios, sino para enfrentar toda tentación de poder y protagonismo estéril.
“El camino sinodal […] nos lleva a ver a las personas más vulnerables —y entre ellas a muchos migrantes y refugiados— como unos compañeros de viaje especiales” (Papa Francisco).