24a Semana Ordinario
Santos Cornelio y Cipriano (253 y 258)
1 Tim 3,1-13: El obispo tiene que ser irreprochable
Sal 101: «Andaré con rectitud de corazón»
Lc 7,11-17: «¡Muchacho, a ti te ordeno, levántate!»
A continuación, se dirigió a una ciudad llamada Naín acompañado de los discípulos y de un gran gentío. Justo cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a un muerto, hijo único de una viuda; la acompañaba un grupo considerable de vecinos. Al verla, el Señor sintió compasión y le dijo: No llores. Se acercó, tocó el féretro, y los portadores se detuvieron. Entonces dijo: Muchacho, yo te lo ordeno, levántate. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos y daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios se ha ocupado de su pueblo. La noticia de lo que había hecho se divulgó por toda la región y por Judea.
Comentario
En el evangelio de hoy contemplamos la compasión de Jesús ante el llanto y el dolor de una viuda que pierde a su único hijo. Para una mujer en la sociedad de Jesús esto significaba quedar totalmente desamparada. Este relato, el de la hija de Jairo y el de Lázaro, en el evangelio de Juan, presentan cómo Jesús restituye la vida. Tienen un significado básico: manifestar que Jesús, por el misterio pascual, es vencedor de la muerte y comunica la vida. Es importante notar que todo parte de la mirada compasiva de Jesús, que lo mueve a no pasar indiferente frente al dolor. Jesús invita a no fomentar la indiferencia, ni mucho menos, la indolencia de quien viendo no hace nada. Se trata de mirar, intuir y actuar frente al dolor y el sufrimiento ajeno. La compasión de Jesús nace de una verdadera empatía con el mundo que le rodea, como condición estable de su corazón. Pidamos a Dios y fomentemos en nuestras comunidades esa disposición de consolar y aliviar.
“La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad” (Papa Francisco).