

«Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron» (Mt 25,35).
Con preocupación seguimos las consecuencias de las medidas represivas impuestas por el Presidente de los Estados Unidos. Las recientes disposiciones políticas de carácter supremacista no sólo generan incertidumbre para el futuro de los inmigrantes, sino que amenazan la convivencia y el bien común de toda la sociedad. En medio de las protestas y tensiones, es urgente recordar los valores fundamentales de nuestra fe: la justicia, la dignidad humana y la acogida del extranjero.
El Papa Francisco, en su exhortación “Evangelii Gaudium”, nos invitaba a ser una Iglesia que acoge, que extiende su mano a los más necesitados, sin importar su origen o situación. En este contexto, la acogida y el respeto por la dignidad de cada persona, especialmente de los inmigrantes, se convierten en un testimonio vivo de nuestra fe.
Asimismo, recordamos las palabras del Papa León XIV, quien nos instó a ser constructores de puentes y no de muros, subrayando la importancia de la solidaridad y la justicia social en nuestra vida cotidiana.
Es crucial que, como comunidades cristianas, busquemos sensibilizarnos y solidarizarnos con esta realidad que parece arreciarse. Al hacerlo, no solo estamos respondiendo a una crisis actual, sino que estamos viviendo los valores que nos llaman a ser verdaderos seguidores de Cristo.
Dios que siempre nos llama a la comunión inspire y acompañe los procesos que conduzcan a una salida justa y pacífica al conflicto actual.
“La verdadera paz solo puede lograrse cuando nos comprometemos con la justicia, cuando reconocemos la dignidad de todos y construimos una cultura del encuentro”.
(Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2019).