Una Iglesia más sinodal,
solidaria y sin fronteras
La misión de la Iglesia se revitaliza cuando se vive de las puertas del Templo para fuera, porque todos sus actos de piedad y celebraciones sacramentales saben a evangelio encarnado; a partir de una pastoral que tiene como principio la transformación de personas y estructuras, se derriban los muros físicos y mentales porque toda realidad y circunstancia en el mundo es una oportunidad para encontrar a Dios. Es desde este horizonte donde la realidad de los migrantes y la constante movilidad humana en el mundo, adquiere importancia para la misión de la Iglesia. Si se trata de “caminar juntos”, en y con la Iglesia, necesitamos trabajar por un “nosotros” más inclusivo, sin fronteras, como se ha dicho en alguna campaña de concientización.
En salida, en comunidad y con la mirada atenta a esos rostros emergentes que demandan nuestra humanidad, sin excusas y sin demora, porque está en riesgo la vida de muchas personas, normalmente, víctimas de sistemas injustos, violentos e insensibles.
“Incluso en las crisis actuales, gracias a Dios, podemos ver cuán grande es la voluntad de tantos de hacer sacrificios por los demás. Nadie puede salvarse solo. Todos estamos sentados en el mismo barco” (Papa Francisco).