El año 2007 se celebró el bicentenario del nacimiento de Antonio María Claret (1807-1870), fundador de los Misioneros Claretianos. Quien recorra los momentos de su vida, se fije en sus actividades y examine sus escritos, no podrá por menos de exclamar: Verdaderamente este hombre nació para evangelizar.
El año 2007 se celebró el bicentenario del nacimiento de Antonio María Claret (1807-1870), fundador de los Misioneros Claretianos. Quien recorra los momentos de su vida, se fije en sus actividades y examine sus escritos, no podrá por menos de exclamar: Verdaderamente este hombre nació para evangelizar. Él mismo, al final de su vida, escribía a uno de sus más fieles colaboradores: Me parece que ya he cumplido mi misión: en París y en Roma he predicado la ley de Dios. En París, como en la capital del mundo, y en Roma, capital del catolicismo. Lo he hecho de palabra y por escrito. He observado la santa pobreza (1).
El nombre con el que mejor se definió a sí mismo y le definieron sus biógrafos fue "Misionero apostólico. Poseía dicho título desde 1841 y por el mismo estaba facultado para evangelizar en nombre de la Sede Apostólica. Pero Claret, al margen de toda connotación canónica y honorífica, hizo de este título un programa de vida: evangelizar al estilo de los apóstoles. En la lectura de la Biblia había descubierto cómo el Señor le llamaba a evangelizar a los pobres. Le impactaron de forma especial aquellas palabras de Isaías, que Jesús se apropia en la sinagoga de Nazaret: El Espíritu del Señor está sobrée mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva (2). Y se propuso seguir fielmente a Jesucristo, el enviado del Padre, y vivir como los Apóstoles. Siempre, pues, unido a Jesús y dispuesto a extender el Reino. Su gran preocupación fue que Dios Padre fuera conocido, amado y servido y en esto desgastó sus fuerzas, se ingenió de todos los medios a su alcance e implicó a todo tipo de personas: sacerdotes, religiosos y laicos.
Seducido, como los profetas, por la gloria de Dios y las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo, Claret escucha la Palabra de Dios, la ora y predica sin descanso. No puede callar. Ni puede reducir su acción misionera a un lugar. Deja todo oficio parroquial para predicar el Evangelio de población en población. Predica en Cataluña, en Canarias, en Cuba y, al regreso a España, en muchos de sus pueblos y ciudades. Efectivamente, fue apóstol en los dos continentes: la vieja Europa y América, a la que llama viña joven. Cuando iba a una ciudad, hablaba a las comunidades religiosas, al clero y al pueblo. Fueron innumerables sus misiones populares, tandas de ejercicios, sermones, escritos y exhortaciones. Publicó numerosos libros, folletos y hojas volantes. Dejó instituidas organizaciones y todas ellas con el claro fin de la evangelización. Fue un gran misionero popular.
Viendo que la sociedad necesita de la Palabra de Dios que la ilumine, que la oriente, que defienda los derechos de todos, funda la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María para que sean, como él, misioneros apostólicos. Les infunde su espíritu de universalidad para extender por todas partes el Reino de Dios y de catolicidad en cuanto al uso de todos los medios: la palabra hablada, escrita, testimoniada, enseñada, musicalizada. Para inculcar la universalidad y catolicidad de la misión evangelizadora dice que el "misionero" posee los cinco talentos de la parábola evangélica, pues además de su vocación tiene que estar abierto a los cuatro puntos cardinales. Con idénticos fines evangelizadores anima a personas selectas a consagrarse en sus casas (de ahí el Instituto Secular Filiación Cordimariana, colabora con la Madre Antonia París en la fundación de las Religiosas de María Inmaculada (también conocidas como Misioneras Claretianas) y promueve la colaboración de los seglares. El Movimiento Seglares Claretianos revive este espíritu de Claret.
En su escudo arzobispal puso las palabras de San Pablo: La caridad de Cristo nos apremia. Y, efectivamente, toda la vida de Claret fue expresión de una pasión que llevó a buscar en todo la gloria de Dios y a gritar al mundo que Dios ama a todos los hombres.
La misión evangelizadora atravesó todas las etapas de su vida, como sacerdote, Arzobispo de Santiago de Cuba, Confesor Real en Madrid y como Padre del Concilio Vaticano I. Su actividad misionera estaba sustentada por un ardiente amor a la Eucaristía y un entrañable amor a María, en cuyo Corazón de Madre se sentía formado y enardecido. Fue tan intensa su vida de oración que no es de extrañar que afrontase las calumnias y las persecuciones con tanta fortaleza de ánimo. Murió en el exilio y en su tumba se pusieron aquellas palabras de San Gregorio Papa: Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro
Uno de los más bellos retratos de él fue el que plasmó con sus palabras el Papa Pío XII en la alocución a los peregrinos de la canonización. Dijo de él: Alma grande, nacida como para ensamblar contrastes; pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo; pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante; de apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra; fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien sabe el freno de la austeridad y de la penitencia; siempre en la presencia de Dios aun en medio de su prodigiosa actividad exterior; calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y entre tantas maravillas, como luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios (3).
Los miembros de la Familia Claretiana nos sentimos gozosos de compartir con el Pueblo de Dios la urgencia misionera de Nuestro Fundador, Claret, quien nació para evangelizar y hacer con otros lo que solo no podía.
Aquilino Bocos Merino, CMF
(1) Carta a D. Paladio Curríus, (2-X-1869), EC II p. 1423.
(2) Is 61, 1-2; Lc 4, 18.Cf. Aut 118.
(3) Discurso a los peregrinos, 8 de mayo, 1950.