Editorial

Tiempo ordinario


“La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14)” (GE 165).

En la andadura cristiana necesitamos estar atentos no sólo a lo que va sucediendo en nuestro mundo, inmerso en crisis cada vez más profundas; también es vital que aprendamos a estar en constante revisión de nuestra vida espiritual. Entendiendo que el espíritu no se disloca de nuestra vida terrenal, sino que la integra y la eleva a su mayor dignidad.

La liturgia de la Palabra para este mes de agosto nos hará claras y fuertes exhortaciones para no descuidarnos ni bajar la guardia. La importancia del testimonio creyente está en que no sólo es capaz de mantenerse firme frente a tanta propuesta que busca debilitarlo, sino que es capaz de sostener a quienes son marginados y excluidos por el sistema-mundo. Una persona con “espíritu” es capaz de amar sin egoísmos, perdona sin rencores, aprende de los errores, abraza los sacrificios y busca creativamente nuevos caminos de transformación.

Nos empeñemos suscitar encuentros y momentos que nos regeneren la vida y la fe, evitando todo aquello que nos debilita o desanima. Aprovechemos este mes para orar por nuestro compromiso eclesial, para que participando activamente recibamos de Dios la gracia de irradiar y compartir su amor.

Diario Bíblico