Editorial Julio
La Iglesia necesita que todos seamos profetas», es decir, personas de esperanza, siempre directas y nunca débiles, capaces de decir al pueblo palabras fuertes cuando hay que decirlas y de llorar juntos si es necesario» (Papa Francisco, homilía del 17 de abril 2018).
Es bueno que como bautizados recordemos la llamada recibida a ser profetas del Reino. En el mundo contemporáneo no sólo estamos escasos de referentes sino de profetas que a impulso del Espíritu anuncien buenas noticias y denuncien las injusticias de las que resultamos siendo cómplices.
Jesús preparó a la comunidad discipular para que vivieran como él un ministerio profético que se transformará en consolación y esperanza. El Espíritu impulsó a Jesús a vivir la profecía en la solidaridad y en la fraternidad, enfrentando de esta manera la indiferencia y la apatía.
El mayor de los gestos proféticos de todos los tiempos y esencial para Jesús fue el de propiciar “mesas compartidas” en las que se intercambiara no sólo lo material sino la ternura, la cercanía y la vida abundante que propicie un amor sin egoísmos.
Pidamos el espíritu profético de Jesús y la capacidad de compartir lo que somos y tenemos, principalmente con las personas más necesitadas.