Primera lectura: 2Tim 1,1-3.6-12:
Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste
Salmo: 123
“A ti, Señor, levanto mis ojos”
Evangelio: Mc 12,18-27:
No es Dios de muertos, sino de vivos
9ª Semana Ordinario San Bonifacio (754)
19 Maestro, Moisés nos dejó escrito que cuando uno muera sin hijos, su hermano se case con la viuda para dar descendencia al hermano difunto.
20 Eran siete hermanos: el primero se casó y murió sin descendencia;
21 el segundo tomó a la viuda y murió sin descendencia; lo mismo el tercero.
22 Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos murió la mujer.
23 En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete estuvieron casados con ella.
24 Jesús les respondió: ¿No están equivocados por esto, por no conocer la Escritura ni el poder de Dios?
25 Cuando resuciten de entre los muertos, los hombres y las mujeres no se casarán, sino que serán como ángeles en el cielo.
26 Y a propósito de que los muertos resucitarán, ¿no han leído en el libro de Moisés el episodio de la zarza? Dios le dice: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.
27 No es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.
La pregunta que hacen los saduceos a Jesús en torno a la resurrección planteaba si la mujer seguiría casada con los siete. A lo que Jesús responde nuevamente con sabiduría porque, en Dios, no pueden perpetuarse leyes injustas ni el sometimiento de nadie. En sociedades machistas como las nuestras, donde muchas mujeres parecen no encontrar salida a las situaciones de acoso, maltrato o abuso permanente, hoy la Palabra nos invita a pensar no en la otra vida como solución sino en espacios donde la fe transforme los corazones prepotentes y arrogantes, permitiendo la dignificación de la mujer y de toda vida que sufre maltrato. Jesús explica que sí hay resurrección de lo que es matado por la maldad, porque Dios es un Dios que ama y defiende la vida. Nuestras comunidades latinoamericanas ¿cómo testimonian la fe en el Dios de la vida? Una de las tareas primordiales de las comunidades eclesiales es la salvaguarda de la dignidad de sus miembros evitando cualquier clase de abuso o discriminación.
“Seguir a Jesús es confiar en el Padre de todos, invocar su nombre santo, pedir la venida de su reino y sembrar la esperanza contra toda esperanza” (J. Pagola).
