Primera lectura: 1Jn 3:11-21:
Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos
Salmo: 100:
«Aclama al Señor, tierra entera»
Evangelio: Jn 1,43-51:
«¡Tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel!»
Antes de Epifanía Juan Newmann (1860)
44 Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y Pedro.
45 Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos encontrado al que describen Moisés en la ley y los profetas: Jesús, hijo de José, el de Nazaret».
46 Respondió Natanael: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». Le dijo Felipe: «Ven y verás».
47 Viendo Jesús acercarse a Natanael, le dijo: «Ahí tienen un israelita de verdad, sin falsedad».
48 Le preguntó Natanael: «¿De qué me conoces?». Jesús le contestó: «Antes de que te llamara Felipe, te vi bajo la higuera».
49 Respondió Natanael: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, el rey de Israel».
50 Jesús le contestó: «¿Crees porque te dije que te vi bajo la higuera? Cosas más grandes que éstas verás».
51 Y añadió: «Les aseguro que verán el cielo abierto y los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre».
El discipulado es también manifestación de Dios al mundo: por el testimonio de la palabra y el ejemplo, lleva a otras personas a Jesús y nos compromete con la transformación de la sociedad. En primer lugar, acontece la cadena del llamado: Jesús llama a Felipe y, en un segundo momento, éste cuenta su testimonio a Natanael: «Hemos encontrado a Jesús». ¡Cuántas oportunidades perdemos de llevar a las personas, especialmente a los jóvenes, a un encuentro con Jesús, precisamente por la falta de Espíritu en aquello que realizamos! Puede que algunas personas curiosas se acerquen y vean lo que se vive en la Iglesia, pero –por la falta de testimonio– se frustran muchos procesos evangelizadores. La manifestación de Dios en Jesús pasa por los discípulos. Es necesario que, en estos días, nos preguntemos acerca de nuestras verdaderas motivaciones para seguir a Jesús, no sólo dentro de la Iglesia sino en todos los espacios de la vida. Cada vez que somos coherentes en nuestro seguimiento de Jesús, manifestamos al mundo que el reino de Dios es posible.
“Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros” (FT 81).