Primera lectura: Heb 12,1-4:
Cerramos la carrera sin retirarnos
Salmo: 22:
«Te alabarán, Señor, los que te buscan»
Evangelio: Mc 5,21-43:
«Niña, levántate»
4a Semana Ordinario Juan Bosco, fundador (1888)
22 llegó un jefe de la sinagoga llamado Jairo, y al verlo se postró a sus pies
23 y le suplicó insistentemente: «Mi hijita está agonizando. Ven e impón las manos sobre ella para que sane y conserve la vida».
24 Se fue con él. Lo seguía un gran gentío que lo apretaba por todos lados.
25 Una mujer que llevaba doce años padeciendo hemorragias…
27 al escuchar hablar de Jesús, se mezcló en el gentío, y por detrás le tocó el manto.
28 Porque pensaba: «Con sólo tocar su manto, quedaré sana».
29 Al instante desapareció la hemorragia y sintió en su cuerpo que había quedado sana.
30 Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió a la gente y preguntó: «¿Quién me ha tocado el manto?»…
33 La mujer… le confesó toda la verdad.
34 Él le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia».
35 Aún estaba hablando cuando llegaron algunos de la casa del jefe de la sinagoga y dijeron: «Tu hija ha muerto. No sigas molestando al Maestro…»
41 Sujetando a la niña de la mano, le dijo: «Talitha qum» que significa: «Niña, te lo digo a ti, ¡levántate!»
42 Al instante la niña se levantó y se puso a caminar; tenía doce años…
La pandemia de Covid nos ha enseñado que la curación de un ser querido luego de tiempo en el hospital es causa de alegría, y alabanza. La exclusión social del contagio, la angustia del dolor, y el miedo a la muerte, son realidades vividas en medio de la enfermedad. Ahí la curación llega no sólo como alivio físico sino como descanso del cuerpo y resurgir del espíritu. La mujer que tocó el manto de Jesús conoció muy bien este sufrimiento. Doce años de hemorragias la condenaron a dolencias físicas, marginación de la comunidad, y culpa religiosa. Al tocar el manto nos dice la narración que la mujer fue sanada, pero las palabras de Jesús nos dan mayor detalle del milagro: ella obtuvo la paz y fue liberada de sus dolencias físicas y emocionales. El evangelista nos invita a solidarizarnos con el dolor ajeno que condena a la exclusión crónica y la aflicción emocional. Nos recuerda que podemos ser portadores de salud y bienestar siendo cercanos y solidarios.
“Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta” (CV 116).