Primera lectura: Am 3,1-8; 4,11-12:
Habla el Señor, ¿quién no profetiza?
Salmo: 5:
Señor, guíame con tu justicia
Evangelio: Mt 8,23-27:
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma
13a Semana Ordinario Ireneo (s. II)
24 De pronto se levantó tal tempestad en el lago que las olas cubrían la embarcación, mientras tanto él dormía.
25 Los discípulos se acercaron y lo despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!».
26 Él les dijo: «¡Qué cobardes y hombres de poca fe son ustedes!». Se levantó, increpó a los vientos y al lago, y sobrevino una gran calma.
27 Los hombres decían asombrados: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?».
Frente a tantas tragedias acaecidas en el mundo en estos últimos años, nos puede quedar la sensación de que todavía no hemos aprendido a valorar la “vida”. Somos como un «palo humeante», nos dice Amós, que reacciona momentáneamente y se cuestiona, pero luego se le pasa el susto y sigue igual sin generar cambios. Algo de esto demostramos con las aperturas durante la pandemia, porque caímos en una desesperación, no tanto por ver a los seres queridos cuanto por continuar con nuestras rutinas y vidas habituales a las que ya estábamos más que acostumbrados.
Nuestras súplicas se parecen a las de los discípulos: cuando sentimos que nos hundimos, gritamos desesperadamente: «¡Señor, sálvanos!». Pero, una vez pasada la tormenta, vamos tras la búsqueda de nuestras propias seguridades y vida cómoda. ¡Cuidado! Porque nos encontramos delante de una vida frágil y limitada. Además de invitarnos a la fe, Jesús nos invita a vencer la sensación de “naufragio” cuando dejamos de ser tan dependientes de las cosas que nos ofrece el sistema.