Primera lectura: Hch 28,16-20.30-31:
Pablo predicó en Roma
Salmo: 11:
«Los buenos verán tu rostro, Señor»
Evangelio: Jn 21,20-25:
«Este es el discípulo que da testimonio»
7a Semana de Pascua Agustín de Carterbury (605)
21 Viéndolo, Pedro pregunta a Jesús: «Señor, y de éste, ¿qué?».
22 Le responde Jesús: «Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme».
23 Así se corrió el rumor entre los discípulos de que aquel discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?».
24 Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito; y nos consta que su testimonio es verdadero.
25 Quedan otras muchas cosas que hizo Jesús. Si quisiéramos escribirlas una por una, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo.
Hoy terminamos el proceso de conversión de Pablo. La narración de Lucas de los Hechos, en la primera lectura, nos muestra cómo se extendió la Buena Noticia por todo el mundo. La enseñanza es que, cuando hay buena fe, aunque haya resistencias al Espíritu Santo y dificultades en el mundo, el Resucitado jamás nos abandona y lleva a término la buena «obra» que comenzó. La unidad del discípulo con el Maestro se manifiesta en el “caminar juntos”, haciendo el mismo camino de amor y de entrega. Él es “el camino” y nosotros somos sus testigos. Los apóstoles, mártires, santos y beatos que reconocemos en la Iglesia son los testigos que también nos recuerdan la senda que hemos de seguir. Unos más identificados con la vida y muerte del Señor, como los mártires; otros menos, pero ¡todos testigos! Y esos testigos los tendremos todo el tiempo a lo largo de la historia, porque así lo quiere el Señor. El pan eucarístico es, en este camino pascual, la fuerza que necesitamos para hacer realidad el Reino.
“Quien no tiene su amor, puede ser que no ame a nadie; pero puede también amar a todos” (Pedro Casaldáliga).