Primera lectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7:
Creación y pecado de los primeros padres
Salmo: 86:
«Misericordia, Señor: hemos pecado»
Segunda lectura: Romanos 5,12-19:
Si creció el pecado, más abundante fue la gracia
Evangelio: Mateo 4,1-11:
Jesús ayuna cuarenta días y es tentado
1º de Cuaresma Porfirio (240)
2 Hizo un ayuno de cuarenta días con sus noches y al final sintió hambre.
3 Se acercó el Tentador y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan».
4 Él contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
5 Luego el Diablo se lo llevó a la Ciudad Santa, lo colocó en la parte más alta del templo
6 y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles sobre ti; te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en la piedra».
7 Jesús respondió: «También está escrito: No pondrás a prueba al Señor, tu Dios».
8 De nuevo se lo llevó el Diablo a una montaña altísima y le mostró todos los reinos del mundo en su esplendor,
9 y le dijo: «Todo esto te lo daré si te postras para adorarme».
10 Entonces Jesús le replicó: «¡Aléjate, Satanás! Que está escrito: Al Señor tu Dios adorarás; a él sólo darás culto.
11 De inmediato lo dejó el Diablo y unos ángeles vinieron a servirlo».
La Palabra de este domingo nos muestra dónde y cómo vive Jesús el ayuno, la oración y su ser solidario con los empobrecidos: en el desierto, aquel lugar marginal caracterizado por la carencia de recursos y en actitud confiada, no dejándose vencer por la voz del tentador. Allí lo vemos dando un paso hacia adelante, en el camino humano-divino de su identidad más profunda.
El tentador se entromete en lo más esencial de la dimensión humana: la necesidad de reconocimiento, el manejo del poder, y la ambición de poseer cosas. Jesús no se deja confundir ante las propuestas que buscan encaminarlo hacia el mal y responde a cada tentación con la Escritura, manteniéndose fiel a lo aprendido en la tradición comunitaria, poniendo a Dios primero y confiando en su providencia. Después de superadas las tentaciones, Jesús inicia con fortaleza su camino misionero.
El desierto, para la espiritualidad bíblica, representa todas aquellas circunstancias o situaciones que forjan el carácter, manifiestan la verdadera identidad y conducen a comprender mejor la misión por Dios encomendada. En el caso de Jesús, todo se centró en anunciar el Reino con palabras y obras que hicieron palpable la cercanía y el interés de Dios por liberar y dignificar a su pueblo. Aprovechemos nosotros ahora este tiempo de Cuaresma para vivir nuestro desierto poniéndonos de frente a nuestra vida, nuestra verdad, nuestro llamado más profundo y verdadero, alimentándonos de la Palabra de Dios, dejando a Dios ser Dios, aceptando con alegría y generosidad lo que él nos pida, creciendo en humanidad.
Ojalá este tiempo se abra para nosotros como posibilidad y nos sirva como espejo donde podamos comprender mejor este sistema-mundo, especialmente el mundo virtual diseñado para llenar vacíos de sentido o reconocimiento. Las redes sociales fueron diseñadas para crear dependientes emocionales; tienen todo el potencial de crear adicción. Este tiempo es propicio para no caer en la trampa de alejarnos de las verdaderas posibilidades de encuentro con nosotros mismos y con el entorno; las redes sociales nos comunican y conectan; aprovechémoslas sin perder nuestra autonomía y libertad. Eso fue lo que hizo Jesús al enfrentarse a las tentaciones: defender su dignidad y libertad.
Dios cuenta hoy con cada uno de nosotros para hacer realidad el sueño de un mundo donde las relaciones no se vuelvan utilitaristas y superficiales. ¿Hacia qué desiertos nos invita a movernos hoy el Espíritu de Dios?
“La mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores” (FT 15).