Primera lectura: Eclo 44,1.9-12:
La fama de nuestros antepasados vive por generaciones
Salmo: 149:
El Señor ama a su pueblo
Evangelio: Mc 11,11-26:
«Mi casa será casa de oración para todas las naciones»
8a Semana Ordinario Marcelino y Pedro, mártires (304)
12 Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre.
13 Al ver de lejos una higuera frondosa, se acercó para ver si encontraba algo; pero no encontró más que hojas, pues no era la estación de higos.
14 Entonces le dijo: «Nunca, jamás, nadie coma frutos tuyos». Los discípulos lo estaban oyendo.
15 Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas,
16 y no dejaba a nadie transportar objetos por el templo.
17 Y les explicó: «Está escrito: Mi casa será casa de oración para todas las naciones, mientras que ustedes la han convertido en cueva de asaltantes».
18 Lo oyeron los sumos sacerdotes y los letrados y buscaban la forma de acabar con él; pero le tenían miedo, porque toda la gente admiraba su enseñanza.
19 Cuando anocheció, salió de la ciudad…
Jesús rompe en enojo al llegar al templo. Lo que allí sucede – la compraventa de animales para los sacrificios y la coacción al pago de tributos excesivos que empobrecen más a los fieles– lejos de ayudarlos a encontrarse con Dios, los aleja por completo. Los administradores del templo habían perdido el sentido, movidos por la codicia, que los empujaba a impunes actos de corrupción. El amor a Dios y a sus hermanas y hermanos no tenía lugar en esa Casa… Esta escena nos retrotrae a muchas de nuestras realidades cotidianas. La indignación de Jesús alcanza a nuestras iglesias, a nuestros hogares, a nuestro cuerpo –templo del Espíritu– y a la Tierra toda vez que profanamos su valor sagrado. Jesús reivindica la naturaleza sagrada del templo y de todos sus templos… Y nos advierte que la higuera que no da fruto será cortada. Pero, como siempre, el amor es su última palabra: también nos enseña que, si convertimos el corazón a él y oramos con verdadera fe podremos mover hasta las montañas.
“La Palabra de Dios exhorta a cada creyente para que busque la paz junto con todos, porque el fruto de la justicia se siembra en la paz” (GE 88).