Primera lectura: Mal 3,1-4:
Ya llega el mensajero del Señor
Salmo: 24:
El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria
Segunda lectura: 24:
Jesús, un ser humano en plenitud
Evangelio: Lc 2,22-40:
«Este niño será signo de contradicción»
Presentación del Señor
24 Además ofrecieron el sacrificio que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones.
25 Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo.
26 Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor.
27 Conducido por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley,
28 Simeón tomó al niño en brazos y bendijo a Dios diciendo:
29 «Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu servidor muera en paz,
30 porque mis ojos han visto a tu Salvador,
31 que has dispuesto ante todos los pueblos
32 como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo, Israel».
36 Estaba allí la profetisa Ana, de edad avanzada…
38 Se presentó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén.
La realidad latinoamericana, atravesada por tantas situaciones de violencia, opresión, empobrecimiento y marginación, vive expectante su liberación. Así podríamos resumir la esperanza mesiánica de aquel anciano Simeón y de la profetisa Ana, quienes, tras sus visitas cotidianas al templo, descubrieron que en aquella humilde familia de Nazaret se gestaba algo bueno para el Pueblo. ¿Por qué un Mesías? El Israel de los tiempos de Simeón y de Ana vivía situaciones injustas, similares a las de nuestros pueblos. Aquel pueblo oprimido cobijaba la esperanza de la llegada de un libertador que un día transformara su suerte. La visión del mesías de Simeón nos invita a mirar nuestros hogares como gestores de cambios y transformaciones reconociendo que el reino de Dios se manifiesta en lo pequeño. Hoy nuestros pueblos, en lugar de poner sus esperanzas en los gobernantes que defraudan, han de cobijar sueños hechos realidad en sus propias historias. ¡Que el reino de Dios se construya pronto!
“El poder infinito de Dios no nos lleva a escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor” (LS 73).