Primera lectura: Heb 7,25–8,6:
Se ofreció a sí mismo
Salmo: 40:
«Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»
Evangelio: Mc 3,7-12:
«Tú eres el Hijo de Dios»
2a Semana Ordinario Macario de Alejandría (408)
8 Jerusalén, Idumea, Transjordania y del territorio de Tiro y Sidón. Una multitud, al oír lo que hacía, acudía a él.
9 Entonces dijo a los discípulos que le tuvieran preparada una barca, para que el gentío no lo apretujase.
10 Ya que, como curaba a muchos, los que sufrían achaques se le tiraban encima para tocarlo.
11 Los espíritus inmundos, al verlo caían a sus pies gritando: «Tú eres el Hijo de Dios».
12 Y los reprendía severamente para que no lo descubrieran.
En un estudio popular que realizamos una vez en una comunidad rural preguntamos a las personas por su opinión sobre las características que debía tener Jesús como Hijo de Dios. Una compañera levantó la mano y dijo que quien viniera en nombre de Dios demandaría pan para todas las personas y así acabar con el hambre, lucharía por la paz en medio de tantos conflictos de guerra e implantaría el amor y la libertad como formas de construir comunidad. El evangelista Marcos responde a esta misma pregunta presentando a Jesús como Hijo de Dios que camina por los pueblos curando y consolando a enfermos, aliviando tanto el dolor físico como el del espíritu. Marcos nos presenta un Jesús liberador que actúa para contrarrestar las opresiones del pueblo que sufre, siendo guía e impulsor de espacios alternativos que rehabiliten la vida. ¿Qué tipo de sufrimientos atendería Jesús hoy en su papel de Hijo de Dios? ¿Cómo podríamos testimoniar nuestro ser hijos e hijas de Dios con nuestro prójimo?
“El sueño primero, el sueño creador de nuestro Padre Dios, precede y acompaña la vida de todos sus hijos” (CV 194).