Primera lectura: Hch 11,19-26:
Hablaron también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús
Salmo: 86:
Alaben al Señor todas las naciones
Evangelio: Jn 10,22-30:
Yo y el Padre somos uno
4a Semana de Pascua Damián (1889) Juan de Ávila (1569)
23 Jesús paseaba en el templo, en el pórtico de Salomón.
24 Lo rodearon los judíos y le preguntaron: «¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo claramente».
25 Jesús les contestó: «Ya se lo dije y no creen. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí.
26 Pero ustedes no creen porque no son de mis ovejas.
27 Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen;
28 yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrancará de mi mano.
29 Mi Padre que me las ha dado es más que todos y nadie puede arrancar nada de las manos de mi Padre.
30 El Padre y yo somos uno»
La pregunta de los judíos a Jesús es tendenciosa: si responde afirmativamente, lo acusan de blasfemo; si lo niega, desdice de su identidad y misión. Por eso, invita a los judíos a mirar a las obras que revelarán su labor mesiánica. Lamentablemente, hoy, las palabras están perdiendo valor y densidad: hay tantos líderes políticos, religiosos y sociales hablando y prometiendo, que ya no les creemos. Necesitamos ser testigos que demuestren con hechos concretos el involucramiento y compromiso con el amor. De hecho, la vida de los profetas, mártires y santos es la que habla por ellos: por eso son referentes para la comunidad.
Si lográramos callarnos un poco para hacer más, nuestra vida y acciones revelarían quiénes somos. El mundo sería un poco mejor, habría más confianza y credibilidad, si viviéramos lo que predicamos. Dice la Biblia que la palabra, el dabar, se realiza luego de pronunciada: aprendamos a hablar después de actuar, para no dejar en suspenso una palabra que no sabemos si lograremos realizarla. ¡Seamos personas de Palabra!