Primera lectura: Heb 2,5-12:
Dios lo coronó de gloria y honor
Salmo: 8:
Diste a tu Hijo el mando sobre las cosas de tus manos
Evangelio: Mc 1,21-28:
«¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús?»
1a Semana Ordinario Ana de los Ángeles Monteagudo (1686)
22 La gente se asombraba de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, no como los letrados.
23 En aquella sinagoga había un hombre poseído por un espíritu inmundo,
24 que gritó: «¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Consagrado por Dios».
25 Jesús lo increpó: «Calla y sal de él».
26 El espíritu inmundo lo sacudió, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos se llenaron de estupor y se preguntaban: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen».
28 Su fama se divulgó rápidamente por todas partes en toda la región de Galilea.
En nuestra sociedad en la que levantamos barreras y muros y ponemos distancias de los demás, una sociedad de relaciones digitalizadas y despersonalizadas, somos tentados/as a la apatía y el aislamiento, al olvido de la solidaridad y del cuidado mutuo. Bajo tal realidad, ¿qué tenemos que ver con quienes nos rodean? El evangelio de Marcos responde la pregunta con un Jesús comprometido y atento a su prójimo. Jesús entra en la sinagoga de Cafarnaúm y escucha una voz que pregunta: «¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret?» Inmediatamente, Jesús libera al hombre del espíritu inmundo, restituyéndole su libertad y su consciencia y devolviéndolo a su familia y comunidad. Jesús responde con compromiso solidario y rechaza la tentación de ignorar las palabras del hombre poseído. El acto de Jesús modela la actitud que se espera de la persona creyente: el cristiano no puede cerrar ojos, oídos, ni manos ante su prójimo necesitado. Crear comunidad y reino de Dios en una sociedad que nos aísla, separa y deshumaniza es el gesto-respuesta que expresa nuestra responsabilidad con quienes sufren a nuestro alrededor.
“A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles… que el amor no se demuestra sólo con palabras, sino también con obras” (CV 197).