Primera lectura: Isaías 50,4-7:
No me tapé el rostro
Salmo: 22:
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Segunda lectura: Filipenses 2,6-11:
Dios lo ensalzó sobre todo
Evangelio: Lucas 22,14–23,56:
Hagan esto en memoria mía
Domingo de Ramos Mártires de San Juan de Dios (1936)
15 y les dijo: «Cuánto he deseado comer con ustedes esta Pascua antes de mi pasión.
16 Les aseguro que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios».
17 Y tomando la copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes.
18 Les digo que en adelante no beberé del fruto de la vid hasta que no llegue el reino de Dios».
19 Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
20 Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: «Ésta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes.
21 Pero, ¡cuidado!, que la mano del que me entrega está conmigo en la mesa.
22 El Hijo del Hombre sigue el camino que se le ha fijado; pero, ¡ay de aquel que lo entrega!».
23 Ellos comenzaron a preguntarse entre sí quién de ellos era el que iba a entregarlo.
24 Luego surgió una disputa sobre quién de ellos se consideraba el más importante.
25 Jesús les dijo: «Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar benefactores.
26 Ustedes no sean así; al contrario, el más importante entre ustedes compórtese como si fuera el último y el que manda como el que sirve.
27 ¿Quién es mayor? ¿El que está a la mesa o el que sirve? ¿No lo es, acaso, el que está a la mesa? Pero yo estoy en medio de ustedes como quien sirve.
28 Ustedes son los que han permanecido conmigo en las pruebas,
29 por eso les encomiendo el reino como mi Padre me lo encomendó:
30 para que coman y beban, a mi mesa, en mi reino, y se sienten en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel...».
«¡Bendito el que viene en nombre del Señor!», es el grito de júbilo a la entrada de Jesús en Jerusalén, centro de poder religioso, político y económico que lo condenará y lo crucificará por defender la vida frágil y vulnerada de los empobrecidos de la tierra. La Iglesia nos invita a caminar con Jesús y entrar con valentía a aquellas estructuras que generan muerte para pedirles que respeten la vida. ¡Qué nuestros cantos se transformen en denuncia que clama por la liberación de toda forma de opresión!
Los cánticos del siervo de Yahveh de Isaías también describen la pasión de quienes entregan su vida por amor hasta las últimas consecuencias, con la certeza de que su vida es una ofrenda verdadera. Proclamar esta lectura del “siervo Jesús” que no se echa para atrás ni se acobarda, a pesar del destino que le espera, cuestiona a aquella Iglesia que se encierra, callando por miedo a perder privilegios y poder.
El salmo 22 nos liga con uno de los momentos más intensos de la Pasión de Jesús, cuando desde la cruz proclama la más clara expresión de solidaridad con quienes mueren en total abandono por la indiferencia y crueldad humanas; miles de vidas arrebatadas de manera prematura y violenta. La certeza en medio de las malas noticias surge de la esperanza en un futuro sin tanta violencia y maldad. El salmo proclama a Dios como fuerza de los justos a quienes libra de la muerte eterna.
La segunda lectura presenta un juego de contrarios: “crucificado” y “exaltado”, “humillado” y “reverenciado”, realidades opuestas que parecen no tener punto de encuentro. La experiencia de la cruz redentora sólo es posible comprenderla dentro del plan salvífico del Padre que asume la muerte junto a su Hijo para darnos la vida. Invita a ratificar nuestra fe en esa vida que hoy proclamamos más allá de muerte, la vida resucitada de Cristo.
Los caminos del pueblo crucificado en América Latina se asemejan tanto a los caminos polvorientos que anduvo Jesús que, seguro, Dios también se compadece cada vez que a sus hijos e hijas se les niega la existencia. La Pasión que hoy leemos nos permite evidenciar los límites de la maldad humana. Dejémonos cuestionar por la inhumanidad en la que podemos también caer como personas creyentes. Que la obra redentora de Jesús nos ayude a ser más humanos. ¿Estaremos en disposición de cumplir el plan liberador de Dios, ofreciendo también la vida por la salvación de quiénes más necesitan de nuestra entrega apasionada?