Primera lectura: Eclo 42,15-25:
La gloria del Señor se muestra en todas sus obras
Salmo: 33
La palabra de Dios hizo el cielo
Evangelio: Mc 10,46-52:
«¡Maestro, haz que pueda ver!»
8a Semana Ordinario Justino, mártir (165)
47 Al oír que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!».
48 Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!».
49 Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Llamaron al ciego diciéndole: «¡Ánimo, levántate, que te llama!».
50 Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús.
51 Jesús le dirigió la palabra: «¿Qué quieres de mí?». Contestó el ciego: «Maestro, que recobre la vista».
52 Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.
Saliendo de Jericó, Jesús se encuentra con el ciego Bartimeo. La ceguera lo ha reducido a la condición de mendigo; pertenece al grupo de los pobres, sin apoyo y sin recursos. Es un marginal y un marginado. Al gritar, lo que desea es que lo callen porque así garantiza que lo escuchen. Solo tiene voz para gritar su miseria. Jesús lo manda a llamar y el milagro consiste en que le devuelve su integridad física, reincorporándolo a la sociedad. La Buena Nueva es para aquellos a los que se les niega la posibilidad de vivir dignamente; ellos han de ser los primeros en el Reino de Dios, realidad que por una u otra razón continuamos postergando. Al dejar su manto, Bartimeo deja su vida anterior y abre un camino de esperanza para sí y para su comunidad, convencido, quiere estar cerca de Jesús y lo sigue hasta la cruz. Hoy, la “ceguera” es nuestra porque nos hemos vuelto indiferentes. Dios nos conceda recobrar la vista para reemprender el camino del amor y la misericordia hacia el prójimo.
“Miremos a Jesús: su compasión entrañable lo movía a salir de sí con fuerza para anunciar, para enviar a sanar y a liberar” (GE 131).