Editorial Agosto
“Quienquiera que esté versado en la ciencia de las divinas Escrituras y encuentre en sus testimonios argumentos de verdad podrá combatir a los adversarios, reducirlos a cautividad, y luego, de antiguos enemigos y miserables prisioneros hacer hijos de Dios” (San Jerónimo, Carta 78).
La Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras es impulso vital, para aquellas acciones que hacen del Reino una realidad en nuestras comunidades. No dejemos que la ignorancia de las Escrituras se convierta en ignorancia de Cristo (San Jerónimo)1, porque hacen mucho daño los fundamentalismos y una deformada interpretación de los textos bíblicos.
La confesión de Pedro (8, 27-30) que escucharemos el XXIV domingo marca el final de una etapa y el Evangelio realiza un giro importante: disminuyen los milagros, aumentan las enseñanzas de Jesús, dirigiéndose a un círculo cada vez más pequeño. Enfatiza que la liberación del Reino no tiene aire triunfal, sino que el camino del Mesías es un camino “hacia Jerusalén”, donde será entregado en las manos de sus enemigos que lo crucificarán. Y aunque sabe a fracaso impulsa a la comunidad discipular a reconocerse pequeña y servidora, alejada del poder y del dominio. Una comunidad abierta y universal, dispuesta a reconocer a Dios en otras comunidades o grupos humanos, nunca encerrada en esquemas o formas que la hagan sentirse superior.
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